Isotipo_Figuras3

POR UBALDO KUNZ

 

Como cada partido que juega River, la tribuna popular visitante de Tigre estuvo repleta, pero mucha gente con entrada se quedó afuera. Otra vez el operativo policial falló, muchos hinchas fueron reprimidos por las fuerzas de seguridad en el ingreso y la parcialidad millonaria tuvo que esperar casi una hora después de la finalización del partido por incidentes con hinchas de Tigre. Nuevamente triunfó la inoperancia.´

Parece que habrá que acostumbrarse a la incapacidad de quienes son los encargados de  brindarle seguridad al hincha. Aumentan las entradas, incrementan las cuotas sociales de los clubes, los operativos cuentan cada vez con más efectivos, pero el resultado siempre es el mismo. Ayer, en el estadio del «Matador» de Victoria, el hincha de River nuevamente fue testigo directo del maltrato, la desorganización, la falta de prevención y de visión.

A esta altura, resulta redundante hablar siempre de lo mismo, pero hay que hacerlo. Quizá los «cráneos» que creen que haciendo ingresar a la parcialidad visitante por una calle estrecha en una fila de dos personas no comprende lo que es River, lo grande que es, las multitudes que mueve en todo el país y hasta fronteras afuera. No había que ser muy lúcidos para entender que sobre la hora del partido, con tanta gente afuera con y sin entradas, la cosa se iba a desbordar.

Quienes presenciaron los incidentes, hablan de una represión a mansalva. Está claro que muchas veces esos encontronazos son provocados por los mismos hinchas que, sin su respectivas entradas, intentan ingresar generando el caos. Pero pagan justos por pecadores. No se toma conciencia que hay mujeres, menores, discapacitados, ancianos, que simplemente quieren ir a disfrutar de un espectáculo. Y que con este tipo de situaciones, la familia cada día se aleja más de los estadios.

Durante las épocas doradas del fútbol argentino, en aquellos años que los espectáculos sí valían pagar una entrada, equipos de la grandeza de River no podían jugar en estadios que no estaban preparados para recibir multitudes. Está claro que económicamente les convenía. Pero hoy lo deportivo y esa cuestión «romántica» de no sacar de sus estadios a los equipos chicos así tengan dos escalones y tres butacas, parecen estar por encima de algo muchísimo más trascendente, que es la seguridad. ¿Tiene que pasar otro Cromagnón? ¿Tendrán que haber cientos o miles de muertos para que se tomen cartas en el asunto?

A los encargados de la seguridad poco parece importarles. A las autoridades de los clubes tampoco. ¿Es tan difícil que uno, dos o tres dirigentes del club visitante estén en los accesos dialogando con la policía, el encargado del operativo, los controles, para cuidar a los hinchas? Mientras los números del presupuesto cierren, todo lo demás les resulta secundario. El dinero vale más que la integridad física de quienes sostienen y le dan vida a ese negocio, y mientras ese negocio funcione, nada cambiará sustancialmente.