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Hay cosas que, después de vivirlas, nos hacen nunca volver a ser los mismos. Marcelo Gallardo se convirtió en el hombre que cambió la historia para siempre.

En Argentina se respira fútbol. Nos levantamos, nos lavamos los dientes, estudiamos, trabajamos y hasta comemos pensando en fútbol. Tal es así que un simple partido puede arruinarnos la semana o hacernos arrancarla con la mejor de las energías. Nuestro estado anímico depende, literalmente, de que una pelota entre en un arco. Lo maravilloso de este deporte es que esta fórmula se repite semana tras semana, mes tras mes y con el correr de los años sin que deje de importarnos. Y aún más maravilloso es que haya partidos que no sólo pueden cambiarnos la semana, sino que después de ellos nunca más volveremos a vivir igual.

La final de Madrid es uno de esos hechos que quedan marcados en la vida del futbolero. Todo el que la vio se acuerda del contexto, dónde y con quién estaba. Y es de esas cosas calan tan profundo que a día de hoy, la mayoría de los fanáticos del fútbol saben qué sucedió un 9 de diciembre de 2018. Un suceso impensable hasta que sucedió: la fantasía de cualquiera, ganarle una final de Libertadores al clásico rival, se hizo realidad con Marcelo Gallardo a la cabeza. Ningún otro cuadro de los denominados “más grandes del mundo” pudo conseguir un hito así. Desde ese día, ni los hinchas de River ni los del otro club volvieron a vivir igual. La magnitud es tal que desterró y dejó minimizado cualquier otro hecho que sea objeto de burla o que se preste para la cargada, demostrando que siempre las victorias propias son más importantes y dignas de festejar que el fracaso ajeno.

Un club de la magnitud de River cuenta con una impresionante y extensa historia, sobre la que es muy difícil seguir añadiendo logros que se destaquen sobre los que ya están establecidos como los más destacados. Sin embargo, el Muñeco se hizo un lugar (siempre educadamente y pidiendo permiso, por supuesto) en la bandera de los grandes ídolos de esa inmensa historia. Tomó una birome y escribió ese suceso impensado, esa fantasía casi infantil que fue Madrid, en una hoja en blanco que quedaba en el libro de la historia. Muchos no sabían que esa hoja estaba ahí, con un lugar entre las más importantes, pero Gallardo fue el que la encontró. No solo eso, sino que fue redactado de una manera brillante, con una letra prolija y digna de admirar, que hasta despierta la envidia de cualquiera. Pocas cosas pueden marcar un antes y un después en un club como el Millonario, al punto de hacer que una rivalidad nunca más sea la misma. 

Gallardo impuso en su ciclo aspectos quizás olvidados hasta su llegada, pero fundamentales del Club: la disciplina, la elegancia y el compromiso, combo que remató con el mayor éxito que alguien haya conseguido. Esa final en el Bernabéu es la coronación de todo ese cúmulo de cosas positivas que se pueden mencionar del Muñeco, que hasta tuvo un guión digno de ganar un Oscar. Lo cierto es que, tanto después de este partido como de la despedida del Muñe, la vida siguió y sigue. River siguió y sigue. Pero algo es cierto e innegable: En Argentina se respira fútbol. Nos levantamos, nos lavamos los dientes, estudiamos, trabajamos y hasta comemos pensando en fútbol. Pero desde el 9 de diciembre de 2018, el fútbol ya no se respira de la misma manera. Nunca más volvimos a vivir igual.

 

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