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Pura lucha, poco fútbol. Una imagen fiel del clásico jugado hoy en el Monumental.

En el Monumental, River y San Lorenzo brindaron un pobre espectáculo e igualaron 0 a 0. El «Ciclón» se llevó lo que vino a buscar a Nuñez. El «Millonario» no supo ni quiso cambiar demasiado para superar al rival. El resultado le calzó justo a la mezquindad de ambos entrenadores.

Partido atractivo en la previa. Más que nada, por los antecedentes, por las camisetas, por la rivalidad. Un clásico no deja de tener nunca ese condimento extra, que es ni más ni menos que el peso de la historia. Aunque el presente esté lejos de hacer honor al tamaño de semejantes antecedentes. Pero la ilusión estaba, aunque con el correr de los minutos se fue diluyendo.

En el primer tiempo, River amenazó con ser un equipo dinámico, que presionaba arriba, que salía rápido por los costados y que parecía que iba a meter a Migliore en problemas. Fue un espejismo. Porque la doble línea de cuatro que plantó Caruso Lombardi comenzó a pararse cada vez más atrás, achicando espacios y convirtiendo a San Lorenzo en un equipo corto. Cuando el visitante ajustó un par de tornillos, a River se le quemaron todos los papeles.

Lanzini era, por lejos, la única posibilidad de generar juego y claridad en ataque. Sin embargo, lo que podía llegar a ser la llave para abrir el partido se convirtió en un recurso repetido y previsible. Sin un lateral que derbordara por esa punta (Ramiro Funes Mori es central de acá hasta la China), sin un volante creativo que lo acompañara en la gestación y sin un delantero que se acercara a su posición, terminaba gambeteando piernas rivales pero la pelota nunca encontraba destino cierto.

En el segundo tiempo se esperaba un golpe de timón. Si no era desde el minuto cero, iba a ser casi de inmediato, pero un cambio de esquema, de dibujo, de estrategia, algo debía modificarse desde el banco para no seguir repitiendo el mismo funcionamiento. O mejor dicho, el anti-funcionamiento. Pese a que venía sustituyendo a Cirigliano en los segundos tiempos, esta vez Almeyda sorprendió. No sólo no rompió con el doble cinco que parecía atentar contra la falta de juego del equipo, sino que además sacó al único que podía darle un salto de calidad. Afuera Lanzini, adentro Cazares (que debutó oficialmente en Primera División). Figurita por figurita. Cambiar para no cambiar absolutamente nada.

River siguió yendo y buscando de la misma manera, chocando una y otra vez contra la defensa azulgrana. Cazares vivió en carne propia las mismas limitaciones que Lanzini: jugó aislado, casi nunca encontró un socio, casi siempre debió jugarla atrás o a uno de los dos volantes centrales. Monotonía absoluta. Hasta que se paró el «Keko» Villalba, se acercó a la línea de cal y nos esperanzamos con ver un poco de fútbol asociado. Error! El delantero ingresó por Carlos Sánchez. Otra vez figurita por figurita. Otra vez cambiar para que nada cambie. Otra vez los que tienen que juntarse para generar juego, se disociaron,  fueron a las bandas y se limitaron a intentar la jugada individual que abriera el partido.

El partido se murió cuando el «Millonario» se aferró al empate. Desde el banco, Almeyda resignó el tercer cambio. No se animó a romper el doble cinco, no se atrevió a jugar con 3 en el fondo ni aun cuando San Lorenzo había bajado todas sus armas ofensivas (las pocas que llevó a Nuñez). Los ingresos de Rojas por izquierda o de Luna en ataque pudieron haber mostrado un River más ambicioso, punzante, agresivo. Pero el entrenador se abrazó a la igualdad, que más allá de lo numérico, deja un sabor amargo desde el juego y el funcionamiento colectivo. Casi idéntico al que dejó aquella primera derrota en el Monumental contra Belgrano de Córdoba. Así no River, así no sirve.