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Por Ubaldo Kunz

El Presidente de River Plate, en otra muestra de intolerancia en estado avanzado, irrumpió en una reunión entre el Secretario del Club, Daniel Bravo y Carlos Trillo, integrante del Frente Ángel Labruna, y casi termina a las piñas. ¿Qué se esconde detrás de esa actitud patoteril y su paranoia? 

Hace tiempo que Daniel Passarella siente que perdió las riendas. Ese carácter de hombre omnipresente, seguro, firme en sus convicciones, con esa capacidad de estar en todo y por encima de  todos, construyeron la imagen de líder personalista ante el que todos agachan la cabeza y responden con un «Si Daniel». En definitiva, es la imagen que antaño era el «Gran Capitán», dentro de la cancha, cuando ridiculizaba rivales con una personalidad avasallante.

Esa forma de ser, que dentro del verde césped lo erigió como uno de los mejores defensores del fútbol argentino, hoy lo convierten en un conductor tozudo, autoritario, que antepone ese personalismo y esos manejos temperamentales por encima del debate, el raciocinio y la construcción de consensos. Aun dentro del mismo oficialismo, algunos dirigentes no toleran más ni las formas ni los fondos. Están hartos de la Monarquía que hoy vive River como Institución.

Ayer por la tarde, un nuevo episodio escandaloso trascendió desde los pasillos del Club: cuando el Secretario Daniel Bravo estaba reunido en su despacho con Carlos Trillo, ex médico de River, actual presidente de la Agrupación Honor Riverplatense e integrante del Frente Ángel Labruna, el «Gran Capitán» irrumpió a los gritos e insultos, pidiendo que se retire de ahí. La reunión estaba motivada por «La BanderaMás Larga del Mundo». ¿Sabrá Passarella de qué se trata el proyecto? ¿O pensará que forma parte también de una campaña golpista que intenta destronarlo de «su sillón», como dijo días atrás?

Este tipo de reacciones, lejos de ser excepciones a la regla, parecen formar parte de una habitualidad. El Presidente, rodeado de fantasmas que merodean su despacho, no confía en nadie. Ni siquiera en su círculo más cercano. Cuentan algunas voces desde el anonimato que el mismo Daniel Passarella arma, selecciona y pega con su lengua los sobres con las entradas de protocolo para los recitales que se hacen en River, por ejemplo. Su persecución lo lleva a creer que muchos de sus laderos van a terminar traicionándolo en diciembre 2013.

Su paranoia no le permite distinguir entre oposición y golpismo, entre periodismo y operaciones de prensa en su contra, entre aliados y contrincantes políticos. Es todo blanco o negro, no hay grises. El mismo que pide en conferencia de prensa mayores consensos, que interpela a los opositores a que colaboren con su gobierno, niega todo tipo de diálogo. Ni hay lugar para que «uno de los suyos» se reúna en su despacho con «uno de la contra» por un hecho que, en teoría, debería unir a toda la familia riverplatense.

No existe, de esta manera, formas de construcción ni de unión. El que no está de su lado, es su enemigo. Alguna vez, un dirigido suyo en la época de entrenador declaró que lo veía conducir el equipo como cuando era jugador. Hoy, siendo presidente del Club más grande de Argentina y uno de los más gigantes del mundo, sigue gestionando como si estuviera jugando un partido de fútbol. Su última gran final, él contra todos.