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Por Ubaldo Kunz

Está todo listo y preparado. La mañana del sábado recibe a más de un centenar de hinchas dispuestos a arrancar una jornada de trabajo. Todos saben que será larga y difícil. En realidad, no sorprende a estos «locos» que durante toda la semana casi no descansaron por ir a pegar afiches, pasacalles, repartir volantes…Militancia pura, por amor a los colores. Ni más ni menos.

Mientras los socios se organizan, arman pasamanos interminables y los pliegues de la bandera se multiplican, el escribano público va tomando nota de cuantos metros se van acumulando. Es un trabajo de hormiga. A los costados, las famosas máquinas de coser van uniendo los pedazos que faltan o las partes que necesitan ser reforzadas. Por momentos la bandera avanza de mano en mano con un vértigo impresionante. Por otros, se detiene, se cose, vuelve a avanzar. Nada puede quedar librado al azar para el día lunes.

Luego de un breve «parate» para almorzar unas empanadas, el trabajo sigue. Las horas y el cansancio se acumulan, pero nadie abandona. Esto es River señores, y nadie se va. Al contrario, el avance de la tela en el pasamanos se acelera. El agotamiento se transforma en ganas de terminar y cumplir el objetivo. Los hinchas se alientan. Cantan canciones de cancha, de aguante, de los huevos que tiene la gente de River. Los hinchas juegan su partido, y están convencidos que, como siempre, lo van a ganar por goleada.

Alrededor de las 22 horas, el último pliegue de la bandera indica que el objetivo está cumplido. Los voluntarios se juntan en el microestadio de básquet mientras el escribano pone su firma y confirma que «La Bandera Más Larga del Mundo» es de River y que medirá 7829,74 metros. Hay aplausos, gritos y emoción. «Es una tarde especial, no se la vaya a perder, River va a copar toda la ciudad», entonan desde la tribuna del microestadio mientras los fotógrafos sacan una foto grupal del «equipo campeón».

Todavía falta lo peor. La bandera pesa alrededor de dos toneladas y medio. Y hay que trasladarla. Las piernas y los brazos de los voluntarios muestran síntomas de cansancio visible, pero nadie afloja. No hay tiempo para aflojar. Dos horas por reloj tardaron en mover la bandera a un lugar donde sólo los hinchas que trabajaron más de 12 horas pueden saberlo.

La jornada termina con aplausos, rostros sonrientes y abrazos. Las ganas y el corazón del hincha de River son más fuertes que cualquier adversidad. Sólo falta que el lunes, desde las 13 horas en Alcorta y Tagle, la fiesta se termine de coronar con una gran caravana, multitudinaria e inolvidable. La cita está hecha. River y su gente lo merecen.