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A una fecha del superclásico, River volvió a mostrar su peor faceta: con poco volumen de juego, desorden en todas las líneas y muchos interrogantes que vuelven a abrirse luego de dos goleadas consecutivas, cayó con el «Cervecero» en otro partido apático del conjunto de Almeyda.

¿Cuál es el verdadero River? ¿Cómo definir a este equipo, de andar irregular, capaz de ganar y perder con cualquiera? Las dificultades son mayores cuando, más allá de los resultados, cuesta determinar un patrón de juego. Una idea. Por momentos,  da la sensación que los dirigidos por Almeyda se sienten más aplomados cuando los rivales lo atacan y el Millonario juega decididamente de contragolpe. En el mano a mano, en el ataque por ataque, al menos encuentra los espacios que no genera cuando tiene la posesión del balón.

Hoy en el Sur, al River de Almeyda le costó horrores encontrar la llave del partido. Porque el «Cervecero» no es de esos equipos que regale metros ni deje demasiados huecos en defensa. Con dos líneas de cuatro bien ordenadas y definidas y el juego aéreo como principal herramienta, al conjunto local le alcanzó para merecer un poco más que el «Millonario». Marcelo Barovero se erigió como figura, con un par de intervenciones que sirvieron para estirar algunos minutos su racha sin tantos en contra.

Por el lado de River, al «Chino» Luna se lo vio más participativo y movedizo. Junto con Mora, se las arreglaron para aguantar y pivotear ante un sinfín pelotazos sin destino que salían desprolijamente desde el fondo. Para colmo, los volantes que debían llegar y acompañar no estuvieron «finos». Ponzio y Cirigliano recuperaron mucho, es cierto, pero a la hora de jugarla a un compañero, incurrieron en muchísimas impresiciones. Ni hablar de Sánchez y Lanzini, ambos perdidos y deambulantes por las bandas, casi obligados a tirar el centro de manera sistemática.

Con el error infantil de Bottinelli y el gol de Cauteruccio, la apatía de River derivó en impotencia. Pasó del 4-4-2 al 4-3-3 con el ingreso de Funes Mori, y terminó con un 3-3-1-3 con la entrada de Rojas. Sin embargo, más allá de las embestidas y algunos desbordes que generaron algo de peligro, el equipo de Almeyda siguió dependiendo de la arremetida individual. Estuvo lejos de la producción colectiva, más allá de la intención de convertir a Lanzini en el conductor y poner muchos jugadores en ataque. Quilmes terminó apretado espacialmente, pero de contragolpe pudo haber aumentado el marcador.

Se viene el clásico de toda la vida. Será una semana complicada, por lo que implica jugar un superclásico, y fundamentalmente por lo poco que dejó esta floja producción de River, que volvió a parecerse al equipo que en algún momento del certamen hizo tambalear a su entrenador. ¿Cuál es el verdadero River? El domingo, ante ellos, se escribirá un nuevo capítulo…