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Por Ubaldo Kunz

Hace muchos años, en la década del ’30 del siglo pasado, el fútbol pasó de ser un deporte amateur a una práctica profesional. Se establecieron nuevas reglas, se constituyó un nuevo organismo que nuclearía a todos los clubes de las distintas categorías y con los años las transformaciones fueron orientadas hacia aquél crecimiento sostenido que tenían las entidades deportivas, no sólo dentro del fútbol, sino también desde el rol social que asumían.

En ese contexto, aparecieron grandes visionarios que dejaron un legado muy importante para sus respectivos clubes: Antonio Vespucio Liberti, Alberto J. Armando, José Amalfitani o Ramón Cereijo son sólo algunos ejemplos de personajes que -aun con sus aciertos y sus errores- contribuyeron para que el fútbol argentino creciera. Detrás de todos ellos, había una cosmovisión, una mirada grande, una idea que proyectaba al fútbol argentino como uno de los más grandes del mundo.

Los equipos más humildes se fueron acoplando a ese crecimiento, y no al revés. En definitiva, la grandeza la contruyeron aquellos visionarios que apostaron a futuro, a lo grande, muchas veces sin grandes recursos ni ingresos multimillonarios como sucede hoy en día. En la mayoría de los casos, fueron tratados de locos. Pero el tiempo les dio la razón.

Llegamos al 2012 y la pregunta que nos hacemos es qué pasó con esos dirigentes. ¿Por qué el fútbol argentino está dominado por la pequeñez? Lejos de la grandeza de aquellos años, hoy se repiten imágenes de un fútbol prehistórico, amateur, con estadios que no están en condiciones de recibir a enormes multitudes.

Algunos desde una mirada romántica defienden la postura de tener «en el barrio»  al equipo más grande del país. Otros de una postura netamente utilitaria entienden que jugar en estadios más pequeños brinda una aparente ventaja deportiva. Todos son argumentos válidos, está claro. El espectáculo queda en segundo plano. Los espectadores y su integridad física, también. Esto forma parte de una mirada pequeña, que atrasa, completamente alejada de aquellos dirigentes que apostaron a la grandeza del fútbol argentino.

En unas horas, River volvertá a visitar a All Boys en Floresta. Solamente contará con 2.200 populares. Miles de personas quedarán afuera sin entrada purgando por un lugar, como sucedió hace meses atrás en Victoria contra Tigre. Mientras tanto, dirigentes de un lado y el otro, subestiman situaciones y no comprenden lo que significa River. Su grandeza.

Ojalá nada suceda. Nada tendría que pasar si prima la cordura. Pero antes del diario del lunes, es bueno recalcar lo poco que se hace desde la AFA, los organismos de seguridad y desde las dirigencias de los clubes para prevenir situaciones totalmente evitables. Y lo más grave de todo, pensando en aquellos años de grandeza, es que en el horizonte sólo se ven las ruinas de un fútbol argentino cada vez más decadente y mediocre. A imagen y semejanza de quienes lo manejan.