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IMAGEN: MexSport
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River arrancó dormido y Tigres golpeó en dos oportunidades. Sobre el final, reaccionó y con goles de Teo y Mora rescató un empate que lo mantiene vivo.

El conjunto millonario se jugaba una verdadera final en Monterrey. Y a decir verdad, durante gran parte del partido sólo mostró resignación. El gol tempranero de Arévalo Ríos y la inmediata salida de Leonardo Ponzio por una lesión muscular fueron dos cachetazos demasiado duros para River, que no supo leer el juego durante los primeros 45 minutos.

La primera y única situación clara del equipo de Gallardo en el primer tiempo fue recién a los 41 minutos, a través de un cabezazo de Rodrigo Mora que alcanzó a desviar Nahuel Guzmán. Demasiado poco para un equipo que estaba obligado a ser protagonista e imponer su juego.

En la segunda etapa, los cambios de Gallardo en el entretiempo partieron al equipo en dos. Desde el desequilibrio individual de Gonzalo Martínez por izquierda y Mayada por derecha intentó abrir la defensa mexicana, pero terminó dejando espacios siderales para la contra. A los 23 minutos, Tigres sacó provecho de esa ventaja y Damián Álvarez empujó al fondo de la red luego de un rebote en Barovero.

River sintió otra vez el impacto del cachetazo y se transformó en un equipo indolente, que iba por obligación pero sin lucidez. Sin embargo, a sólo cuatro minutos del final, el millonario aprovechó una desconcentración de la defensa local y encontró en los pies de Teo el descuento que alimentó la ilusión.

El conjunto de Gallardo reaccionó y tres minutos después, Mora sacó un derechazo imparable que se clavó junto al palo izquierdo de Nahuel Guzmán. El empate agónico le dio incertidumbre a los minutos finales, que se fueron demasiado rápidos por la desidia del árbitro colombiano, que sólo adicionó tres minutos. Mercado se fue de mambo y terminó expulsando a Gabriel Mercado en un ataque de tontería.

Así, River terminó abrazado a una empate que suma muy poco desde lo numérico, pero que lo mantiene vivo hasta la última fecha. Ya no depende de sí mismo. Pero los milagros, quizá, se den una vuelta por Núñez.