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IMAGEN: Prensa River
IMAGEN: Prensa River

En una partido deslucido y muchas imprecisiones de ambas partes, River terminó celebrando sobre el final gracias a Lucas Alario y un tanto que vale mucho más que tres puntos.

Pasó muy poco. Demasiado poco. Casi nada. Es que River e Independiente, dos exponentes históricos del «futbol espectáculo», brindaron uno de los clásicos más pobres que se han visto en mucho tiempo. El vértigo, la dinámica y la presión como búsqueda permanente terminó convirtiendo al partido en «partidito».

En la primera etapa, la más clara la tuvo Independiente. A la salida de un córner, luego de un despeje con los puños de Barovero, Aquino remató con el arco de frente y por encima del travesaño. ¿River? Generó poco y nada. Apenas un disparo de Alario desde afuera del área y algún que otro centro cruzado que agarró a contrapierna a la defensa del Rojo.

En el complemento, el panorama no cambió demasiado. Aún con el ingreso de Nacho Fernández y el abandono del doble cinco, a River le costó hacerse de la pelota y tener un circuito fluido. Muchas interrupciones, errores no forzados y pelotazos que terminaron apagando las buenas intenciones, de un lado y del otro.

Sin embargo, el millonario frotó la lámpara de Alario y en los minutos finales se terminó llevando tres puntos impensados. Más por el empuje, por la insistencia, por el rebote fortuito del arquero visitante y el olfato del centrodelantero del Más Grande, que volvió a macar un gol decisivo y llegó a 11 tantos con La Banda roja en el pecho.

A una semana del superclásico, River se quedó con un derby en el que dejó muy poco, pero se llevo mucho más que tres puntos. El Diablo suele meter la cola, pero contra papá no puede.