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FOTO: Prensa River
FOTO: Prensa River

El monitor le mostraba el desastre. Miles de buzos amarillos cuidaban en un semicírculo mal armado a un conjunto de hombres llorando en el centro de una cancha. El verde césped de noches gloriosas sentía el llanto de su peor día. Pero, mientras observaba sin moverse el ocaso de una era, recibió un mensaje de uno de sus mejores amigos. “¿Volvemos?”, le preguntó Alejandro, el “Chori”. No lo dudó. Respondió que sí. Era 26 de Junio de 2011, y, sin saberlo, Fernando Ezequiel Cavenaghi tenía el gesto que lo iba a colocar en el radio de los grandes ídolos de River.

Su primera etapa (2001 – 2004) había sido descollante. El “torito” ganó tres títulos en la misma cantidad de años. Fue una de las principales figuras de su tiempo y su momento más glorioso fue en el Clausura 2002, cuando el equipo de Ramón Díaz brillaba con D’ Alessandro y Ortega, y Cavenaghi era goleador con 15 tantos. Se destacó en dos victorias en la Bombonera, convirtiendo un gol en el Clausura 2004 para ganar 1 a 0. Luego de levantar el trofeo de aquel torneo, Cavenaghi partió hacia tierras rusas, para jugar en el Spartak de Moscú.

El club de sus amores lo vio girar por el frío de la Europa del Este, Francia, España, e incluso Brasil, hasta que llegó el momento esperado del retorno.  Claro que los tiempos no eran los mejores. “Me dejaron venir, porque saben que es mi casa”, dijo en conferencia de prensa, cuando se preparaba para vivir el peor año de la historia del club: River había descendido y Cavenaghi, con Alejandro Domínguez, se ofrecieron a volver para sacar a su club del oprobio y la peor imagen. Vinieron a pagar los platos que otros rompieron, sin que nadie los llame. Si eso no es amor…

Cuando River debutó en “la B”, la cancha estaba llena un martes por la noche. Las bengalas se prendían al ritmo de “esta es tu hinchada la que tiene aguante, la que te sigue siempre a todas partes, y la que nunca te va a abandonar”. Cavenaghi salía al verde césped que lo vio nacer con la cinta de capitán en el brazo: el fútbol es lindo, a pesar de todo.

El sinuoso camino por el Nacional fue interminable. El ahora bautizado “Goleador Amor” tuvo un desempeño fenomenal, no sin altibajos. Diecinueve goles en el doble de fechas (un tanto cada dos partidos) es una marca brillante, pero su figura fue compartida en la segunda parte del certamen por la llegada de David Trezeguet. Su presencia fue importante dentro y fuera de la cancha, con goles y liderazgo. Terminó el partido con Almirante Brown llorando desde el inicio del segundo tiempo. “Estoy orgulloso de ser el capitán del equipo”, dijo el nueve. “Ahora vamos a querer jugar la Libertadores”, repitió, en un anticipo indescifrable para aquel día.

Pero la semana siguiente al ascenso River volvió al escándalo. Los problemas siempre existentes entre el goleador y la dirigencia que mandó a la banda a la segunda categoría lo alejaron de la institución. “Quiero un equipo más rápido”, dijo el entrenador, que sacó del plantel a Cavenaghi y Domínguez para traer como refuerzo al “Chino” Luna.

“Con Passarella no vuelvo más”, declaró el Torito, y cumpliría. Pero apenas el defensor central que alguna vez se hizo pasar por presidente se fue, Cavenaghi volvió, en enero de 2014. Era el único refuerzo titular de un plantel que había salido decimoséptimo el torneo anterior.

Pero si las segundas partes no son buenas, en este caso, al menos,  la tercera es memorable. Cavenaghi fue el goleador de un equipo que salió campeón. Ganó nueve de los diez partidos que jugó de local y hasta la anteúltima fecha solamente había triunfado en una ocasión de visitante. “¿Para salir campeón después de seis años tenías que volver vos?”, le preguntó un periodista luego del aplastante 5 a 0 al Quilmes de Caruso Lombardi. “Para ganar en la Bombonera también”, respondió, lúcido, el goleador del campeón.

Una larga lesión en el pie lo dejó un tiempo afuera de las canchas a quien veía por televisión al brillante primer River de Gallardo. Siguió al equipo a todos lados, y recién pudo volver en noviembre para eliminar a Boca y levantar la Copa Sudamericana. Se fue de vacaciones contento a pesar de que, como decía un viejo amigo suyo, “lo mejor está(ba) por venir”.

El verano pintaba otoño. River perdió un partido de verano 5 a 0 contra Boca y todos los objetivos parecían imposibles de cumplir. “Es una semana importante, hay un título internacional en juego”. Con esas palabras, el capitán daba la cara. Se ponía al hombro otra situación no generada por él. River, una semana y media después, festejaba la Recopa en el Nuevo Gasómetro.

Volvía a la Libertadores. Luego de una primera ronda para el infarto, en el que solamente estuvo en los dos primeros puestos del grupo en los últimos 20 minutos de juego del último partido, River brilló. Eliminó nuevamente a Boca y dio una muestra de carácter, fútbol y jerarquía al ganar 3 a 0 de visitante en el Mineirao a Cruzeiro. Todo era amor y gloria, pero el referente no jugaba. Había perdido terreno con la dupla Teo Gutiérrez – Rodrigo Mora. Incluso, llegó a decirle al técnico que se iba a fin del semestre.

Pero River estaba en semifinales de copa, y el capitán no podía irse. Se arrepintió. Le dijo a Gallardo que se quedaba. “No te lo quería decir –le respondió, sincero, el  ´Muñeco´- pero otros delanteros van a llegar como refuerzo”. “Me quedo igual”, sentenció el nueve. Hizo la pretemporada y se puso a punto. Jugó la semifinal contra Guaraní para depositar a River en la final tras 19 años. La primera final en México contra Tigres salió cero a cero.

Faltaba una historia más, como si no hubiera habido ninguna. Era domingo. Todos los equipos de la Argentina jugaban, pero River entrenaba en el Monumental, pensando en la final de la Copa. Rodrigo Mora estaba lesionado. Faltaba un delantero para jugar con Lucas Alario. Gallardo se le acercó a Cavenaghi para hablarle. “¿Querías un partido importante? El  miércoles vas de titular”, le dijo.  Y el que ya tenía cuatro títulos locales y dos internacionales en su haber; era ya el décimo máximo goleador de River; el que volvió y dejó todo para sacar a su club del peor momento, no tuvo mejor respuesta: “Es el partido más importante de mi vida”.

Y llegó la última función. Su partido final fue la final de la Copa Libertadores. Su desempeño fue muy bueno en un 3 a 0 memorable. Cuando River solamente ganaba por un tanto y el árbitro le pitó un penal a favor, Cavenaghi se acercó a Sanchez. Podría haberle exigido patearlo. Era el capitán. Salía en la tapa de todos los diarios. “¿Lo vas a meter?”, le preguntó al uruguayo, que movió la cabeza de arriba hacia abajo al menos en  tres ocasiones. El Torito fue a abrazarlo minutos después. Unos instantes luego saldría de la cancha, saludando a la gente y con una mano en el corazón. No hacía falta un gol despedida, el trabajo estaba hecho. Varios lloraron.

“Cave en el corazón”, tituló un matutino deportivo el día siguiente. En la foto estaban Cavenaghi y Marcelo Barovero con la Copa Libertadores entre los brazos. Imagen eterna.

Cavenaghi hizo 112 goles en River. Ganó 5 títulos nacionales y 3 internacionales. Está en el top ten de goleadores del club que más goles hizo en el fútbol argentino. Pero todo eso no importa. Porque su historia representa algo más importante. Demostrar que las estadísticas se quedan cortas. Buenos son los que hacen goles. Grandes los que levantan copas. Ídolos son los que nunca abandonan.