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¡FELIZ CUMPLEAÑOS, RIVER PLATE!

No ves la hora que llegue el domingo. Para dejar atrás las miles de frustraciones y toda la malaria que atravesaste a lo largo de la semana. Para olvidarte de los quilombos que tuviste. O simplemente, para ponerle el moño a esos días que te salieron todas bien. O casi todas. Y qué mejor que celebrarlo en el sitio donde sos mas feliz. Tu lugar en el mundo.

El domingo finalmente llega. Abrís el armario. Mirás y mirás. No te decidís. Es que te gustan todas. No hay camiseta de River fea. No tienen desperdicio. Ni siquiera la que usamos en los años más oscuros. Todas ocupan un lugar en el cuore. Y es ahí entra a tallar el historial. “Con esta ganamos todo en el ‘86”, recordás, mientras te invaden miles de recuerdos. Ves la Sanyo y te acordás de los tres goles en La Boca y el campeonato invicto. Buscás un poquito más y te topás con el “modelo de las copitas”, que tiene mil batallas y signos de deterioro. La terminaste de castigar el día que le ganamos el campeonato a Boca, Tití. Pero sigue aguantando ahí, estoica. Ni hablar cuando te encontrás con ese buzo verde. Te gana la indecisión, decís que esos colores no dan, que preferís el blanco y rojo, pero al instante recordás de ese penal, del Parapam, de esa volada espectacular, d ese grito ensordecedor y decís: ¿por qué no?

Mirás el reloj y te das cuenta que se te fue la hora. Agarrás la última, la más nueva, la que te queda mejor y más holgada, a pesar de esos kilitos de más. Hay que ir al Templo presentable, pensás. Te mirás mil veces al espejo. Te ponés el manto sagrado y arrancás.

En la calle comenzás a identificar a los que están en la tuya. Algunos eligen un bondi. Otros prefieren otro. El que puede se subirá a un taxi. Los más apurados optarán por el subte. Algún otro aguarda a un amigo en alguna esquina solitaria para subirse al auto y enfilar para Núñez. No importa cómo vayas. Lo importante es llegar. Siempre vamo’ a estar.

Comenzás a sentir el olor a chori. Hay gorro, bandera y vincha. Ya estás ahí. Ya estás al toque. Levantás la mirada y ves ese bloque de cemento. Se agiganta a cada paso que das. Mientras, tu corazón late más fuerte. Sonreís. Sacás el celu para avisarle a tu vieja que llegaste bien. De paso, clickeás en el ícono de la camarita para llevarte algún recuerdo fotográfico. Pasás un cacheo. Pasás otro. Apoyás la entrada en el lector y subís los escalones como si fueras un atleta olímpico. Ya estás adentro. Te invade una felicidad difícil de explicar.

Te ubicás en el lugar de siempre. Donde van los mismos de siempre. Tus amigos de siempre. Y esos amigos providenciales que conocés en cada abrazo de gol. En cada lágrima. O en cada desazón. Tal vez no sabés ni cómo se llaman, pero están para ahí. Son tus compañeros de tablón. De grandes hazañas. compartir. De momentos únicos e imborrables.

Suena el “River, mi buen amigo”. Se contagia el de al lado, el de al lado y el de más al lado, también. La adrenalina crece. Las ganas de gritar y saltar se multiplican. Se viene River, se viene la alegría. Caen los papelitos. Vuelan las banderas. Se mueve el cemento. El capitán levanta las manos y cae el primer aplauso. Napoleón aborda el banco y cae el primer “Muñeeeeeco, Muñeeeeeco” de la tarde. Gritás y reís al mismo tiempo. Una locura hermosa. No se compara con nada.

El árbitro pita y se viene lo mejor. River toca y toca. La mueve para acá. La lleva para allá. Primeras aproximaciones y primeros “uhhhh” de la tarde. Se vienen de contra, pero entre Jony y el Chino logran cortar a tiempo. La pide el capitán y hay salida clara. Por las bandas abren un surco el paragua y el yorugua. La pide Nacho. Se junta con el otro Chino, el que volvió de México y que cada día juega mejor. Aparece el Pity y desnivela. El Pipa y el Gordo están con los colmillos afilados. Moja primero uno. Explota el estadio. Poco después, la mete el otro. «Esta delantera pide Selección», dice alguno. «Ma’ que Selección, déjamelos  y acá»», retrucar  otro. Que gane River todo el año es carnaval. 

El final es a pura orquesta. Las tribunas se vienen abajo. El corazón te explota de alegría. Sos feliz con muy poco. O con mucho, según como lo mires. No hay manera de medirlo ni cuantificarlo. Donde otros ven once boludos pateando una pelota, vos ves el sentido de tu vida. De tu semana. De tu buen/mal humor. De tu micro mundo.

Tenés que esperar unas semanas para volver al Templo. Te vas silbando bajito. Tarareando ese tema que explotó cuando Alario la clavó al ángulo. O cuando Driussi eludió al arquero y definió sin obstáculos. Te llevás mil imágenes más y mil recuerdos, que se agregarán a ese archivo emotivo que tenés con millones de momentos. Que se suman a todo lo que te contó tu abuelo, tu viejo y también tu tío. Más todo lo que leíste de las viejas crónicas, libros y revistas. Lo multiplicás por 116. Inflás el pecho. ¡Qué me van a hablar de gloria si soy de River! Sentís orgullo. Pero también, que lo mejor todavía está por venir.

¡FELIZ ANIVERSARIO, RIVER DE MI VIDA!