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EL MUÑECO, FELIZ Y A GUSTO EN RIVER, SU CASA. (IMAGEN: Diego Haliasz II Prensa River)

“Lo imposible es el fantasma de los tímidos y el refugio de los cobardes”

Napoleón Bonaparte

 “Si Gallardo me mira a los ojos y me pide que me quede, va a ser muy difícil decirle que no”

Lucas Alario

Marcelo Gallardo cumple tres años como técnico de River. Hizo todo: derribó mitos, ganó Copas, generó historias, sonrisas, emoción. Pero hay algo más importante que todo: el placer incomparable de llegar a lo inalcanzable.

“Se puede profundizar lo que viene de lograrse, tenemos que redoblar la apuesta”, dijo, cuando nadie lo miraba. Y no porque no fuera noticia, sino porque el 6 de junio del 2014 la inmensa mayoría de los programas deportivos en general y los medios de comunicación en particular, estaba con los ojos en Brasil, mirando el mundial. Un hombre grande de porte pequeño tenía un saco gris y debía correrse el pelo para hablar. Su River venía de salir campeón y perdía a cuatro de sus figuras. Fernando Cavenaghi, por lesión; y Carlos Carbonero, Manuel Lanzini (éste último se iría días después de la Copa del Mundo)  y Cristian Ledesma por emigración, no serían de la partida. Había que mejorar a un equipo campeón sin sus figuras. Marcelo Gallardo enfrentaba, desde el inicio, lo imposible.

Empezaba junio del 2014 y tenía un nuevo trabajo. Zapatos apretados, pantalón de vestir molesto y camisa celeste manga larga. Estaba un poco emocionado, pero, en el fondo, no quería estar ahí.

El contexto era adverso. River había logrado cortar con el Torneo Final 2014 la racha que entre 2008 y 2013 lo llevó al peor momento de su historia. Y, en el momento en el que sale a flote, su técnico, el gran Ramón, lo abandona. Las cosas estaban cuesta arriba. La famosa idea de “torneo transición” aparecía en los pasillos del Monumental.  Parecía que River debería luchar más en lo económico que en lo deportivo y debería, “reinventarse”, o algún chamuyo vinculado a la autoayuda de aquellos que ya visualizan la derrota.

Siempre hay que laburar, lógicamente, pero él estudiaba otra cosa. Su vida, esperaba, no terminaría en la computadora y un sistema atrasado de órdenes informáticas.

Los dos primeros partidos coincidieron con este diagnóstico.  Dos empates, uno en cero con Ferro por Copa Argentina (River terminaría pasando de pase por tiros desde el punto del penal) y en 1 ante Gimnasia hacían pensar lo probable. Pero un 2 a 0 a Rosario Central cambió todo. Un fútbol fluido con toque y velocidad, combinado con presión asfixiante y marca en todos los rincones. El sol de algo diferente estaba asomando. Había, sin lugar a dudas, una historia de amor por venir.

Se distraía, miraba por la ventana. Siempre había algo de gris en la oficina.

Lo demás ya lo saben. Un River con fútbol brillante, para dar pasó a conquistar América con una garra y convicción inigualables. Eliminar dos veces a Boca, ganar en Brasil 3 a 0. Todos los mitos eran derrotados por el River de Gallardo. Seis títulos en 3 años. 5 certámenes internacionales en su palmarés, la misma cantidad que el club tenía en sus 113 años anteriores.

Quería, como muchos estudiantes jóvenes de Ciencias de la Comunicación, ser periodista algún día. Escribía mucho. Si bien ya escribía de antes, encontró sin duda una de sus vocaciones cuando en octubre de 2015 escribió su primer nota para un portal  informativo de internet del club que ama. Desde ahí, se fascinó con escribir del River de Gallardo.

“Son tres cosas –dijo, cuando le preguntaron cómo había armado a su River-. Primero, el equipo; segundo, el equipo; tercero, el equipo”. Gallardo no solamente ganaba, sino que cambiaba la perspectiva de los jugadores de River. Modificaba la cosmovisión de mundo de miles y miles de jóvenes que solamente iban a la cancha a alentar y a decir que estaban ahí. Les permitió a los purretes ver al River de verdad.

El día después de perder con el Barcelona debutó en un programa de Radio. Los lunes, desde ese día, empezaron a ser cada vez mejores.

Ganar, en parte, es no tener miedo a perder. Gallardo es el técnico del River post ascenso. Es la humildad de la vuelta y la seguridad de lo propio. Su “volver a ser”, no puede soslayar el cambio por el que tuvo que atravesar River. Ya nada estaba ganado de antemano. Vio, así, la necesidad de construir un equipo, al margen de sus figuras. River no era una joya pulida sino un grupo de gente dispuesta a dejar todo sin esperar nada. Ganó en todos lados porque sabía que podía perder. Pero eso no le importaba.

River se reconstruyó, y Gallardo fue su arquitecto. Es el emblema popular de un equipazo humilde. Es el tipo que a las 3 de la mañana te viene a visitar porque fuiste dejado o dejada. Hace de la palabra o el ejemplo.

Años después, ya en junio de 2017, se dio cuenta de que hace tres años que estaba en la empresa. Se dio cuenta, recién ahí, que era más o menos el mismo tiempo en el que su ídolo dirige River. Estaba un poco cabizbajo: su equipo había perdido con San Lorenzo y sus chances de salir campeón de reducían.

Puede fumar abajo del agua. Puede poner un 2 de nueve y que le vaya bien. Puede traer el enganche de un equipo descendido y ponerlo en la historia de River. Puede buscar un centro delantero de 22 años de un club ignoto y llevarlo a la cima de América.

Sin embargo, siempre está pensante. Siempre se mueve, mira, escucha, vuelve. Lo inquieta la gloria. No se conforma con lo posible: siempre se puede redoblar la apuesta.

Se dio cuenta que fueron muy pocos los inicios de semana que no le dieran una sonrisa, por más que su trabajo no le gustó nunca. Razonó y vislumbró que Gallardo permitía una sonrisa todos los lunes. Otra vez, su ídolo va atrás de lo imposible.