Isotipo_Figuras3

River vive días tristes después de que hay un sueño que no se va a cumplir. En las épocas de vacas flacas, sólo queda el aliento. ¿O acaso alguno pensó que por estos cuatro años nos íbamos a olvidar de dónde venimos?

“Así de unidos siempre” (Rodrigo Mora, 4/11/17)

“Nunca es justa la felicidad” (Callejeros, “Tan perfecto que asusta”)

El 16 de agosto del 2011 era un día nublado. Era martes. Ese día tuve mi primera clase del segundo cuatrimestre del CBC (le pido disculpas a todos los profesores de periodismo que tuve y me me dijeron “jamás uses la primera persona del singular”, pero hoy no puedo escribir nada que no sea de esta manera). La clase de Semiología empezó a las 7 de la mañana. Me senté en uno de los bancos medios de la pared derecha de un aula del primer piso de la facultad de Filosofía y Letras. En algún momento (no me acuerdo cuál) miré para atrás, para observar lo peor que me podía pasar en el día: un pibe con una remera de Chacarita. Me recordó, mientras la profesora explicaba la relación entre el significado y el significante en las teorías estructuralistas de Ferdinand de Saussure, que ese día era muy triste. Y encima era histórico.

La tarde pasó en lecturas (en ese momento era un joven desempleado). Los medios de comunicación ya dejaban de discutir la victoria de la fórmula Cristina Fernández de Kirchner- Amado Boudou del domingo anterior para hablar (y reírse) de nosotros.

Casi de repente, llegó el momento. Todo era contradictorio: jugábamos el por ahora partido más raro de nuestra vida, y había ganas de no estar ahí pero necesidad de estar presente. No queríamos estar pero teníamos que estar. Mandé el mensaje: “¿Dónde nos encontramos?”. Arreglamos una esquina. Le recordé a mi vieja que le había pedido prestado el auto, porque rápidamente, luego del partido, tenía que irme rápido a la casa de un amigo que se iba a vivir al exterior. Mi vieja me dijo que sí, pero que lo deje en un estacionamiento. Y no sé si hasta no me deseó suerte.

Sobre la Avenida Monroe ya casi llovía. Me encontré con mi amigo. No sabíamos bien a donde ir. Terminamos entrando a la Centenario baja, en una locación al día de hoy inmortalizada, con historias de gloria y llanto, pero que en ese momento significaba muy poco. Me acuerdo que, como nosotros, había miles. Cada vez más miles.

La hora se acercaba y la cancha estaba llena. Fernando Cavenaghi asomó la cabeza por el túnel que tenía la botella de gaseosa gigante y publicitaria al lado. El estadio se levantó. Pero por sobre todas las cosas me acuerdo que un tipo prendió una bengala. “¿Por qué lo hace?”, pensaba yo, sin ánimo de quedar como un vigilante. Pero empecé a entender todo, con la canción que bajó para recibir al equipo: “La que te sigue siempre a todas partes, y la que nunca te va abandonar”. Ese día no estábamos alentando: estábamos NO abandonando.

En el minuto 90, tuve que ir para la entrada, porque, como dije, me tenía que ir muy rápido. Terminé de ver el último centro de Chacarita desde lejos. Salí con mi amigo. Caminando por Lidoro Quinteros, escuché de fondo un grito ensordecedor: “Soy de River”. Por un segundo pensé, “no me digás que vamos a festejar esto”. Pero, rápidamente, yo mismo lo deseché. No estábamos festejando. Estábamos ahí. Explicándole River, a esa cosa hermosa que toda nuestra vida nos bancó, que en el primero de los 38 partidos más duros, difíciles, tristes de su vida íbamos a estar. Estábamos haciendo historia. Un culto al no abandono que no me voy a olvidar nunca en mi vida. Ir a la cancha por la Copa, va cualquiera. Pero nosotros, miles y millones, en todo el mundo. Estábamos ahí. Y eso pocos lo pueden contar.

Entiendo, porque no soy necio, que el partido del otro día fue un golpazo. Porque nadie lo esperaba. Porque River no perdió por el árbitro, sino por sí mismo. Sabemos que ganando 3 a 0 en el global no te lo pueden dar vuelta. Duele por eso. Duele porque es con Gallardo, porque estas cosas pasaban antes, no ahora. Porque incluso perdiendo 4 a 2, contra un equipazo que merece felicitación, pensábamos que podíamos darlo vuelta. Pero eso no pasó. Duele porque yo también soñé con Maidana marcando de espaldas a Cristiano Ronaldo, o con Scocco gambeteando a Sergio Ramos. Duele porque yo también soñé con Ponzio levantando la Copa.

Entonces hoy parece todo tristeza, vaya si hay sentimiento más injusto. Pero hoy River también es otro. En cada golpe se queda. La gente se junta. Se banca lo que tenga que bancarse. Se banca al técnico, a los jugadores. Porque sabemos que no queda otra que estar todos juntos. En la “B” o en la Copa. Prender esa bengala. Llueva, truene o haya sol. Hoy alentamos. Mañana vamos a volver. Hemos resurgido de lugares y momentos mucho peores.