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RIVER SIGUE LEJOS DE SU JUEGO Y DE LA LUCHA POR EL TORNEO (IMAGEN: Olé)

No hay peor sensación en el fútbol que el sabor a poco. Amén del resultado, de los errores y de un montón de obstáculos que puede presentar un rival y el desarrollo del partido. Mucho más cuando los números reflejan que ese andar en falso no es de un partido o dos y que algunas debilidades persisten en el tiempo.

Lo de River de anoche ante Huracán fue muy flojo. Más allá de la injusticia del marcador, porque el equipo de Marcelo Gallardo mereció llegar al empate por algunas situaciones claras (pocas) que generó en el área de Marcos Díaz. En el balance del partido, el millonario fue un poco más. Pero volvió a fallar en las áreas. Y no es la primera vez que sucede.

Luego de aquella dolorosa noche ante Lanús, hubo un quiebre en este plantel. Un grupo muy fuerte desde lo mental, acostumbrado a dar batalla en cualquier escenario y ante cualquier adversario, dio la sensación que aquella noche traicionó su manera, sus formas, su identidad. Daba la impresión que a ese River había que pegarle varios tiros para dejarlo fuera de carrera. Si le tocaba caer, lo hacía de pie. Aquella noche dejó una herida abierta.

Hoy, el elenco del Muñeco parece lejos de ese «River guerrero». Desde el juego, está muy lejos de ese equipo que ahogaba al rival y desde la presión alta lo condenaba al error. Entre los delanteros, que son los primeros defensores en el campo rival, hasta Leo Ponzio, muchas veces hay una distancia sideral. Nacho y Pity no sienten la marca y se desordenan fácilmente. Enzo Pérez no está del todo bien desde lo físico y no aguanta el ritmo los 90 minutos. Los laterales, que generalmente suben al mismo tiempo, se transforman en verdaderos maratonistas a la hora del retroceso (por suerte Marcelo Saracchi es el lateral más veloz del fútbol argentino). Y los centrales, sin contención adelante, quedan expuestos al uno contra uno. River es entonces un equipo largo, que ocupa mal los espacios y expone a sus defensores a jugar una verdadera patriada cada vez que hay una pérdida del balón.

La presión alta no es el único problema. A la hora de la gestación, todavía no logró aceitar movimientos y sociedades. El ingreso de Enzo Pérez al equipo a mediados de 2017 terminó desbalanceando un equipo que tenía cada pieza en su lugar. Rojas era la rueda de auxilio de Ponzio, pero también un mediocampista versátil, que entendía a la perfección cuando cubrir las subidas del lateral y cuándo sumarse al circuito de juego. No es que Enzo Pérez no tenga esos atributos. Pero es un jugador de mayor traslado, más vertical y con menos oficio para a la hora del retroceso. El único capaz de desnivelar en el uno contra uno hoy parece ser el Pity. Cuando lo marcan, River muere en centros sin destino, buscando alguna cabeza salvadora. 

Sin perder de vista lo futbolístico como factor principal, desde lo anímico el mencionado partido con Lanús produjo una herida que todavía no terminó de cerrar. Se notó en los últimos encuentros del 2017 en la Superliga, con bajones pronunciados, distracciones inéditas, errores infantiles que costaron tres puntos (Independiente, Gimnasia, Newell’s, por poner sólo algunos ejemplos). El penal de Montiel, luego de un pelotazo frontal del arquero rival desde 80 metros y un pique que calculó mal Martínez Quarta, es otra muestra que River anda con la mandíbula floja y cae a la lona fácilmente. Son detalles que cuestan mucho más que tres puntos. Mucho más en un torneo internacional, donde hay partidos que se ganan con «otras cosas», más allá del juego.

Sin caer en pronósticos apocalípticos, la realidad es que River está lejos de todo. De su juego. De su identidad. De la marca que le supo imprimir el Muñeco. De esa mentalidad arrolladora. De la punta y de las aspiraciones de pelear la Superliga. De su funcionamiento. La mitad del vaso lleno, si queremos ser optimistas, es que hay material. Llegaron refuerzos de jerarquía. Arribaron jugadores con características que sirven para completar un plantel que necesita reinventarse. Será cuestión de tiempo, de minutos, de mucho trabajo y de volver a convencer (y convencerse) para que River vuelva a ser River.