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Envión anímico. Recuperación futbolística. La oportunidad para varios que corren desde atrás. Cuestión de fe. El análisis del triunfo millonario ante la U en Chile.

“Esperemos que a partir de ahora vuelva todo a la normalidad”, afirmó Marcelo Gallardo en su última conferencia de prensa, pocos minutos después de esa victoria contundente y convincente el último fin de semana ante Belgrano. Es que River había vuelto a jugar con naturalidad y sin ataduras después de mucho tiempo. River volvió a creer en sí mismo.

En otro contexto, con otros protagonistas y frente al examen exigente de siempre, el millonario volvió a demostrar que las mieles del triunfo sobre el eterno rival afectaron positivamente a todos. Inclusive a aquellos que miraron la gran final desde afuera y que no venían dando la talla cada vez que el entrenador necesitaba apelar a la rotación y a las alternativas.

Sin ser una maravilla ni una máquina de jugar al fútbol, River superó a la U de Chile en un terreno siempre difícil como es el estadio Nacional de Santiago. ¿Que se trataba de un amistoso? Es cierto. Como también es correcto afirmar ante rivales infinitamente inferiores, al millonario le costaba generar juego, sociedades, pases filtrados y situaciones mano a mano para sus delanteros.

La diferencia no fue más abultada porque Rafael Borré no estuvo fino en la definición en el primer tiempo. Aún así, se reivindicó en los minutos finales y anotó por dos. También tuvo sus chances Carlos Auzqui, otro que mostró una mejoría con respecto a las últimas imágenes que había dejado.

Lo más importante de todo es que River aprovechó el viento a favor para pulir su idea y mostrar cierto funcionamiento colectivo. Falta. Todavía no alcanzó su techo. Queda mucho recorrido por delante. Sobran motivos para creer.