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SCOCCO CELEBRA FRENTE A LA PARCIALIDAD DEL RIACHUELO.

River ganó un partido inolvidable. Único. De esos que cuesta entender sin que pase el tiempo que van a quedar para toda la vida. Un encuentro que resume cosas mágicas. Una final que sintetiza la grandeza del River de Gallardo.

“Volver aponer las cosas en su lugar”. Con esa frase estrambótica y rimbombante cerraba, o dejaba abierta, su columna dominical uno de los más importantes editorialistas que sigue el mundo Boca. Interesante planteo para el hincha de un equipo que le llevaba al otro más de veinte puntos en la tabla. Si bien extraña, la frase marcaba una tendencia: Boca, casi campeón del torneo argentino a menos que surja una nueva “lavolpeada”, se sentía en deuda con su gente.

Sentía que había algo fuera de lugar que debía poner en orden. Sentía, a su vez, que el orden es algo estático, que a veces da un poco de vueltas pero que siempre se mantiene en el mismo lugar, en el mismo eje. No casualmente, uno de los inventos modernos que se queda en un solo lugar pero vive dando vueltas es la calesita. Quieto se queda Boca. Vueltas da el River de Gallardo. Muy parecido todo a la famosa calesita del Parque Lezama.

Se habían olvidado

“Esto es Boca”. Fue título. La conferencia de prensa fue simplemente una excusa de palabras ridículas y solamente en los diarios quedaron esas tres palabras. Extraño, porque una afirmación obvia es colocada en el rol de argumento potente: “Boca” sería algo o alguien que no puede perder simplemente por lo que es.

Pero la historia marca otra cosa. Sin contar la Superfinal del último 14 de marzo, River y Boca habían tenido 15 duelos “mano a mano”, es decir, a eliminación directa. River ganó 10 y Boca solamente cinco, dos de ellos por definición a través de tiros desde el punto del penal.

Pero incluso sin ir a la historia, es difícil pensar ese argumento como válido en el tiempo presente. River ganó los dos duelos más importantes de los últimos años. En ambos creyeron que nos ganaban. En ambos recibieron golpes históricos, con abandono incluido. ¿Se habrán olvidado Carlos Tevez y compañía que jugaban contra el River de Gallardo?

Los últimos guapos del Bajo Belgrano

River salió a jugar decidido. Tenía un plan. Matías Biscay admitió en una columna periodística que el cuerpo técnico de River planificó este partido desde la noche misma de la victoria frente a Atlético Tucumán en la final de la Copa Argentina.

Cuatro defensores frente a los casi tres delanteros del rival. Cinco en el medio con Rodrigo Mora de 8 corriendo al lateral Fabra. Un nueve para pelearla arriba. Un enganche para tapar la salida del cinco de Boca. Y cuando la tenía River había que jugar. Pases cortos y rápidos, pelota al compañero, todo simple.

Boca pareció salir a jugar como si nada, como si fuera un partido más entre tantos de eso que lo tiene ahí arriba en la Superliga. Algo similar pasó en la Copa Sudamericana de 2014, cuando Boca parecía que era un tren que le aparecía de la nada a River. Lo mismo en la Copa Libertadores de 2015, cuando Boca había ganado el encuentro del torneo local. River, como en aquellas dos ocasiones, volvió a dejar afuera a Boca.

Tres penales pateados con el borde interno

El 27 de noviembre de 2014 y el 31 de octubre de 2017 hubo dos penales pateados con el borde interno hacia un costado. El primero fue mágico, exultante, casi divino. El segundo fue angustioso, repugnante, triste.

Todo parecía indicar que entre la atajada alucinante de Marcelo Barovero para que River le empiece a ganar a Boca y termine saliendo campeón de la Copa Sudamericana 2014; y el penal de Alejandro Silva para decretar el 4 a 2 de Lanús sobre River en la semifinal de Copa Libertadores 2017; se empezaba y quizás hasta se terminaba el llamado “ciclo Gallardo”. Parecía que una historia de amor y felicidad quedaría guardada en un marco, que el propio Gallardo se iba a quedar (porque así lo merecía) hasta que el mismo quiera y que la gente cantaría por lo bajo algo así como que “los días más felices siempre fueron gallardistas”.

Pero el Muñeco siempre tiene una bala más. Parecía que era un técnico de transición cuando llegó a River. Muchos pensaban que no resistiría una eliminación con Boca en 2014. Otros lo dieron por muerto cuando en México, en el anteúltimo partido antes de terminar la fase de grupos, River perdía dos a cero y se quedaba afuera de la Copa. También dijeron que el primer preclasificado lo eliminaría de dicha competición y lo volvieron a dar por muerto unas semanas después, cuando perdió de local con Cruzeiro.

Se animaron a decir, luego, que si perdía la final de la Copa Argentina contra Central estaba muerto. Ganó, y lógicamente, el mismo, cansado de tantas críticas, pensó en irse. Pero siguió. Le dijeron que River jugaba mal, que regalaba campeonatos. Pensaron que no soportaría esa derrota 3 a 0 en Bolivia. Afirmaron su muerte tras partido con Lanús. Dijeron que era una vergüenza si no le ganaba a Atlético Tucumán la final de la Copa Argentina.

Vociferaron que este 2018 era su retiro definitivo. Por eso el mejor técnico de la historia de River saltó de la tierra al cielo con su traje negro, cuando el “Pity” Martínez acomodó un penal al palo derecho del arquero Rossi. Y lo pateó con el borde interno.

Un hombre con los brazos mirando a un costado

El Dab-Dance es un baile urbano que nació hace unos años, en Atlanta, Estados Unidos. Se referencia mucho en el “hip-hop”, estilo musical de los barrios bajos. Dicha danza popularizó un paso en el que el bailarín estira un brazo hacia un costado y coloca el otro en frente de su cara.

Y ese paso lo hace Ignacio Scocco desde que llegó a River. Goleador de situaciones complicadas, de luchas difíciles. El que la rompió toda a orillas del río Paraná, ahora trajo sus goles al club del que es hincha.

Desde que está con la banda roja, Nacho no para de hacer goles importantes. Es de los pocos que brilló en los últimos tiempos, con ese partido mágico contra Jorge Wilstermann y una definición con Lanús que podría haber sido consagratoria si River pasaba de fase. Scocco, que ahora “aporta desde el banco”, puede llegar a ser uno de los mejores delanteros de los últimos años en River.

Cuando un periodista le preguntó, después del gol definitorio en la Supercopa contra Boca, por qué festejaba así los goles, Nacho respondió: “Me lo pidió mi hijo, y después me enteré que es un baile”.

Los de siempre y los distintos

Leonardo Ponzio y Jonathan Maidana son los emblemas e ídolos incomparables del River de Gallardo. Que juegan cada partido como una final es incuestionable. Pero una característica de este River es la cantidad de jugadores que se suman a la tendencia de sacar lo mejor de sí en instancias decisivas. Uno de ellos es el Pity, otrora cuestionado por este cronista y varios más, hoy devenido en crack y responsable del juego de River. El otro es Nacho Fernández. Jugador claro, simple, preciso y de buen pie, comenzó las jugadas de ambos goles y se convirtió en figura. Las lágrimas de Rodrigo Mora valen más que cualquier caracterización que uno pueda tener de su juego.

Del otro lado de la vereda (algo así como del “lado gas pimienta de la vida”), pasa exactamente lo contrario. Aquel supuesto monstruo que se agrandaba en las finales, que tenía más personalidad y carácter que River, hoy está por el piso. Nos llevan más de 20 puntos en un torneo local y salen a jugar nerviosos contra el equipo del Muñeco en una instancia final. Sus corazones no laten, tiemblan. Sus jugadores no corren, no aceleran. No dejan la vida. Antes tenían ídolos. Hoy tienen un emblema que los abandonó para irse a China por millones. No toca la pelota y, cuando la toca, la tira larga y le dice a Cristian Pavón delante de todas las cámaras: “Dale nene, corré”.

La Estrategia

“Jugar mal estos dos meses fue parte de la estrategia”. Gallardo sonreía, serio. Sin decirlo., le ganaba una vez más por goleada al universo, al destino, al fútbol y al periodismo deportivo. Gallardo se sintió tocado, pero nunca vacío. Jamás bajó los brazos. Siempre tiró para adelante. Nunca expuso a un jugador. Nunca nada. Siempre la solución es levantarse a las 6 30 a.m. para trabajar, trabajar y trabajar. Quizás algo no se dio cuenta el propio Gallardo. La estrategia para ganar esta Superfinal no duró dos meses, sino ya casi cuatro años: la única estrategia de River es tenerlo a él sentado en el banco.

Miles agitando con las manos en el aire

Hay un momento en que la tribuna se vuelve loca y es ganada por la algarabía. Parece extraño, pero miles de cuerpos de transforman solamente en cánticos. O mejor dicho en gritos y brazos. Brazos con manos que aplauden. Brazos con estiramientos únicos que terminan en el cielo. Esas que tuvimos siempre, porque el carnaval duró en los momentos más difíciles. No lo pudieron parar ni Aguilar, ni Passarella, ni los peores momentos de las historia del club. Pero esa misma pose, con el brazo en alto agitando, hace ya varios años nos cansamos de acompañarla con el famoso “si querés dar la vuelta no te quedes con ganas, hay una calesita en el Parque Lezama”.