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EL TAPÓN GORDILLO, TODA UNA VIDA CON RIVER.

(INCLUYE VIDEO) Jorge Gordillo, histórico lateral campeón de América y del Mundo con la camiseta de River, recordó su llegada al Más Grande, sus debut en Primera y los años de gloria defendiendo el Manto Sagrado. Una charla a fondo con el Tapón, mano a mano con LA MÁQUINA RADIO vía Instagram Live.

Jugó 261 partidos con La Banda Roja en el pecho. Anotó cinco goles y dio seis vueltas olímpicas, entre ellas la primera Copa Libertadores que consiguió el club y la única Intercontinental hasta la fecha. ¿Cómo condensar tanta historia en poco más de una hora y media? En las próximas líneas encontrarán la respuesta.

En diálogo con LA MÁQUINA RADIO, Jorge Gordillo contó cómo llegó el fútbol a su vida y por qué: «Yo empecé a jugar con los amigos de la cuadra. Estaba con una pelota todo el día, o con algo parecido a una pelota, con lo que se podía. Hasta que pasó algo complicado en mi familia, perdí a dos hermanos. Mis viejos, para que pudiera salir de eso, me llevaron a un club de barrio y empecé a jugar ahí. De alguna manera el fútbol permitió que mis viejos pudieran vivir, que tuvieran un escape, que me acompañaran los sábados o domingos. Perder dos hijos era algo traumático. Eso lo vas entendiendo cuando sos grande. El fútbol fue una excusa, tanto para ellos como para mi, para pensar en otra cosa y no en lo que había pasado», reflexionó el Tapón.

¿Cómo llegó la chance de jugar en River? «Nosotros jugábamos en La Bernalesa con un equipo que se llamaba La Espumita, ahí en Quilmes. Una noche un señor habló con mis padres y le dijo si quería ir a River. Mi papá no me quería llevar porque nos quedaba lejos. El señor nos llevó a varios, entre ellos estaba Burruchaga. Como quedó todo ese grupito, ahí empezó mi historia en River, a los diez años», recordó.

Hubo un momento que quedó marcado en su vida para siempre: la primera vez que vio de cerca el estadio Monumental. «Cada vez que entro a River lo primero que hago es mirar el estadio y digo ‘¡Qué bárbaro, mirá dónde estoy!’. Me pasó la primera vez , que era una herradura, le faltaba la bandeja que hicieron para el Mundial. No lo podía creer, yo no lo conocía. Es como el día que conocía a mi señora, me enamoré en el primer momento», resaltó.

Con apenas diez años, Jorge Gordillo comenzó a palpar el sentido de pertenencia que le transmitieron muchos maestros que trabajaban en el Fútbol Amateur de River: «Arranqué en preinfantiles, cuando recién se estaba armando. Creo que se entrenaba nomás los sábados. Después, cuando llegué a Reserva eran tres veces por semana. Había un técnico y un profe para tres categorías. Yo tuve la suerte de tener a Bruno Rodolfi que era integrante de La Máquina, después a Martín Pando que era un maestro. Lo tuve a Ramiro Pérez, a José Curti, también tuve el privilegio de tener a Adolfo Pedernera. Ellos nos ratificaron tener amor y pasión por este juego», afirmó.

Por su parte, reveló por qué decidió jugar de marcador de punta: «En el barrio era bueno, pero en River me probé de lateral. Ahí vi la realidad, había muy buenos y a partir de ahí uno va tratando de adaptarse a las necesidades. En el equipo de La Espumita me pusieron de lateral, me gustó el puesto y empecé a tomarle cariño a esa posición. De ahí en más siempre fui lateral. Cuando iba al barrio jugaba a otra cosa, era delantero«, bromeó.

En 1981 llegó el instante soñado por todo futbolista: su debut en Primera División. Una día imaginado e inesperado a la vez: «Fue todo raro. Yo estaba haciendo el servicio militar en Villa Martelli. Habíamos entrenado, me fui a mi casa, no me habían citado ni para Reserva. De repente golpean la mano en casa, cuando salgo era Mauro Blanco, una persona que trabajaba en Fútbol Amateur. Me dijo que tenía que hacer el bolso y concentrar. ¿Qué pasó? Me dijeron que me viniera a buscar porque no tenía teléfono», relató.

¿Cómo fue esa primera concentración? «Yo estaba todo pelado por el servicio militar. Me acuerdo que subo al ascensor, entro y me quedé en un rincón porque no sabía ni dónde ir. Hasta que me ve Talamonti, que era el ayudante de campo de Labruna, me pregunta qué hacía ahí, que fuera a mi habitación. Yo no sabía dónde ir. Eso fue un viernes, el sábado entrenábamos a la mañana. Hicimos pelota parada, yo no iba a jugar, pero el Conejo Tarantini se sentía mal y me tocó debutar de lateral derecho», aseguró.

El estreno fue ante Argentinos Jrs. en el estadio de Atlanta y tuvo al Tapón como protagonista de un golazo…en su propia valla: «En una jugada tiran una pelota larga a las espaldas de Passarella, cruzo, llego antes que Pasculi, rechazo con la pierna derecha y de repente no veía la pelota. Cuando miro para atrás, veo al Pato Fillol retrocediendo. Vuela, la alcanza a tocar, pero la pelota pega en el travesaño y entra. Ese fue mi debut. Vinieron todos los muchachos y me dijeron que estuviera tranquilo. Por suerte ganamos 6-1. Los siete goles lo hicimos todos los de River. Al día de hoy el Pato me sigue cargando. Hacerle un gol al Pato Fillol no es para cualquiera», recordó con una sonrisa.

El ex-lateral del Más Grande resaltó las dificultades que tuvo en un comienzo para ganarse un lugar en el primer equipo: «Tuve la suerte de jugar mucho tiempo y también pelearla. Me costó bastante al principio jugar en la Primera porque River siempre contrataba grandes jugadores. Cuando llegué a la primera estaban Comelles y Saporitti de un lado, Tarantini y Héctor López del otro. Después vino Olarticoechea y Jorge García, Basualdo y el Loco Enrique, Hernán Díaz. Eso es bueno y lindo porque te da la posibilidad de pelear el puesto con grandes jugadores, te motiva a seguir creciendo», reconoció.

Hasta que llegó el punto más alto de su carrera, con la llegada de Héctor Veira y la obtención de la triple corona en 1986: «Cuando se fue Cubillas llegó el Bambino. Habíamos tenido un año malo, no veníamos bien con los promedios. Vos entrabas al vestuario y había un pizarrón muy grande. Él puso que con humildad y sacrificio, este plantel podía quedar en la historia del club. Recién empezaba, teníamos que hacer muchos puntos para no sufrir. Todos mirábamos eso de reojo y decíamos que este muchacho no estaba bien (risas). Era un convencimiento que él tenía, y nos fue convenciendo», señaló.

¿Cuál fue la clave del éxito? «El equipo empezó a crecer, a tomar la confianza, teníamos grandes jugadores, con mucha experiencia. El Beto (Alonso) fue fundamental porque no jugó en el equipo que ganó el torneo local. Siendo la figura que era, el que jugaba Morresi. Nosotros, que éramos más chicos, veíamos al ídolo máximo del club que entrenaba a morir y tratábamos de entrenar más que él. Todo eso llevó a que se haga un grupo muy sólido y después pudimos demostrar todo lo que podíamos dar en la cancha», afirmó.

Luego de obtener el campeonato local con doce puntos de diferencia sobre su escolta a falta de nueve fechas y con vuelta olímpica en la Bombonera incluida, llegó el turno de dar el salto de calidad en el plano internacional: «Esa Copa Libertadores fue muy especial. A River se le negó varias veces, había perdido en el ’66 y diez años después contra el Cruzeiro. Tenía esa mochila del famoso gallina que tiraron en cancha de Banfield. Nosotros teníamos la oportunidad de poder revertir esa situación. Estábamos convencidos que lo podíamos hacer. Cuando tuvimos la suerte de ganarle el último partido al América y el referí termina el partido, siempre recuerdo que dando la vuelta olímpica nos acercábamos a la gente y veníamos gente grande llorando de alegría, sacándose una mochila pesada y decir que nosotros tuvimos la suerte de hacerlo. Ahora te dicen gallina y no pasa nada, antes era doloroso para esa gente. Era sacar un peso grande de encima y decir gallina nunca más. Ese partido me emocionó mucho ver toda ese gente llorando. Después con la frutilla del postre de poder ir a Japón y terminar dando otra vuelta olímpica», indicó.

Pese a vivir su momento más feliz, la partida del Bambino y el inicio del ciclo Griguol no trajo buenas noticias para el Tapón: «Cuando salimos campeones del mundo y estábamos todos contentos, pero al año siguiente vino Timoteo y lo primero que hizo fue sacarnos a Montenegro y a mi porque quería laterales más altos. Tuvimos que pelearla. Siempre tuve la cabeza de no entregarme nunca, por eso pude seguir jugando en River tres o años más cuando se fue Timoteo», advirtió.

Para finalizar, explicó que significa River en su vida: «Hay cosas que no se pueden describir con palabras, hay que vivirlas. Yo no tengo tatuajes y no creo que me los haga esta altura de mi vida, pero la camiseta de River la tengo tatuada en el corazón. No es para quedar bien con la gente, es verdad. River es mi casa, tenía diez años cuando llegué y hoy tengo 58. Llevo 48 años de mi vida. Me casé siendo jugador de River, tuve mis hijos siendo jugador de River, tengo mis nietos siendo entrenador de River. Toda mi vida es River. Eso no me lo va a quitar nadie, es el club que amo, el club en el que soñé jugar en Primera y tuve la suerte de hacerlo, soñé alguna vez en salir campeón y tuve la suerte de hacerlo. River es mi vida. Lo tengo bien arraigado», concluyó.

Nota: Andy Gómez.