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Un día como hoy, hace seis años, River vencía a Boca 1 a 0 en una noche mágica en el Monumental. Leonardo Pisculichi anotó el único tanto del partido. Marcelo Barovero contuvo un penal en el inicio y fue el gran héroe de un superclásico inolvidable.

La memoria suele ser selectiva. Muchas veces sobreviven algunas imágenes en el tiempo, mientras otras suelen borrarse rápidamente. Algunas permanecen de forma borrosa o poco claras, hasta desaparecer por completo. Pero los hinchas de River difícilmente puedan olvidar aquel 27 de noviembre de 2014. En especial el manotazo de Marcelo Barovero ante el penal de Giglioti y el zurdazo de Leonardo Pisculichi para establecer el 1-0.

Fue la primer gran batalla para el River de Gallardo. Venía de eliminar a Godoy Cruz, Libertad de Paraguay y Estudiantes de La Plata. El destino quiso que la Sudamericana 2014 volviera a cruzar al Millonario y su eterno rival, diez años después de aquella amarga eliminación en la Copa Libertadores 2004. Era una revancha, pero sobre todo una prueba de fuego para un equipo que comenzaba a construir su mística.

Iban apenas 17 segundo de juego cuando Germán Delfino pitó penal para la visita. Un baldazo de agua fría en cualquier contexto y circunstancia. Mucho más en un mano a mano con ellos. Entre idas y vuelta, discusiones y demás, el penal se terminó pateando tres minutos después. Emanuel Giglioti solía patear fuerte, pero esta vez decidió asegurarla contra el palo izquierdo. Marcelo Barovero, el hombre del buzo verde que quedaría inmortalizado, adivinó la intención, metió un manotazo y desató la un grito estruendoso en el Monumental. Trapito apenas levantó su dedo índice para festejar. Estaba tan metido en el partido que no había tiempo para eso. El penal atajado se festejó como un gol. Ahí River comenzó a ganar el partido mental.

En una noche de emociones fuertes, el Barrio River volvió a sentir un temblor a los 15 minutos de juego. Un remate defectuoso de Leonel Vangioni terminó en una asistencia perfecta para Leo Pisculichi. El #15 la acarició de zurda y la puso contra el palo derecho, ante la mirada atónita de Agustín Orión. El Antonio Vespucio Liberti vibró con su segunda explosión de alegría. Piscu fue corriendo hasta el banco y abrazó a Marcelo Gallardo, que atravesaba un momento personal muy fulero. A pesar de todo lo que le tocó pasar nunca se perdió un entrenamiento“, reconoció tiempo después el ex Argentinos Jrs.

Más allá del penal y el gol de Piscu, River no la pasó bien en ese primer tiempo. Giglioti tuvo dos chanches clarísimas para anotar. Daba la sensación que el Millonario no tenía el control, más allá de la ventaja. Pero el segundo tiempo fue otra historia. El entretiempo sirvió para ajustar algunas cuestiones y el equipo del Muñeco mostró otra cara. Comenzó a tener más la pelota, a generar faltas y “dormir” el partido. Tuvo en los pies de Teo Gutiérrez la posibilidad del 2-0. Boca fue un manojo de nervios y terminó descontrolado. Al punto que el Cata Díaz, por pura impotencia, terminó expulsado a pocos minutos del cierre.

El pitazo final de Delfino desató un festejo comparable a la obtención de los títulos más importantes del club. No era para menos. El equipo de Gallardo se metía en la final de un certamen internacional luego de 17 años. Se sacó la espina de las eliminaciones del 2000 y 2004. Y lo más importante de todo: comenzó a escribir una historia de paternidad superclásica en el plano continental que se extendió hasta la fecha.

Por más que la memoria sea selectiva, no lo olvidaremos jamás. Y ellos tampoco.