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El misterio de un equipo que no pudo hacerse fuerte en ningún partido vital en lo que va del 2022 y cosechó una nueva decepción. ¿Serán el cierre de la Liga Profesional o las instancias finales de la Copa Argentina una oportunidad de cambiar la cara para River?

La imagen de este domingo fue una figurita repetida del año. River cayó 1 a 0 ante Boca y se alejó (no por completo) de la lucha por el campeonato. En un nuevo desafío, en una nueva prueba para mostrar el coraje y la valentía, el equipo no respondió y, -como contra Vélez en la Copa Libertadores, Boca y Tigre en la Copa de la Liga-, se quedó con las manos vacías. A pesar de que en los partidos anteriormente mencionados, el equipo de Marcelo Gallardo tuvo ocasiones para ganar, siempre le faltó ese amor propio característico de sus equipos que obtuvieron títulos inolvidables.

¿Es un problema táctico? En gran parte, sí. El Muñeco falló en su idea de cambiar un esquema que le venía dando sus frutos y pasó a jugar con una línea de tres defensores que le restó un jugador al el mediocampo. En ese sector, el Millonario perdió la presencia y la frescura que le podrían haber dado otras respuestas al pobre desempeño ofensivo en el primer tiempo. Si bien el comentario es con el diario del lunes, es inentendible la salida de Lucas Beltrán del equipo, cuando parecía que se había adaptado a un juego rígido y sacrificado para generarle espacios al resto de sus compañeros.

Los refuerzos que no cumplieron con las expectativas, como Leandro González Pirez, el culpable de la derrota ante el Xeneize en marzo en el Estadio Monumental, Tomás Pochettino, que perdió terreno en la consideración del cuerpo técnico y que no seguirá en el club después de diciembre y Esequiel Barco, que no puede finalizar bien una jugada desde hace varios partidos, entre otros jugadores, son responsables del nivel del equipo. Cuando parecía que el equipo sumaba jerarquía, los minutos dieron prueba que lo que realmente aportaron fueron dolores de cabeza.

De la mano de los refuerzos, parece descabellado criticar a un jugador por el que el club de Núñez pagó más de siete millones de dólares, una cifra exorbitante para la economía que transita el país y los clubes argentinos, pero son con razón. El colombiano Miguel Borja, en su primer partido importante desde su llegada, fue el centro de los disturbios en el segundo tiempo y dejó mucho que desear. Claro que no es una sentencia: su reciente llegada le dará muchísimos partidos con este peso o incluso más vitales. El tiempo dirá si podrá estar a la altura o no.

Párrafo aparte para el papelón arbitral: el accionar de Darío Herrera, un árbitro que se cree el protagonista del espectáculo, fue la causa de un partido que dejó con los ojos abiertos a la mayoría del público neutral. El «siga, siga» fue la fuente de un juego brusco que se naturalizó en todo el encuentro. ¿Para qué está el VAR? Parece una pregunta que se hacen, por lo menos, tres equipos por fecha. El fútbol argentino transita su peor momento en los últimos 30 años. Ahora que tienen la ayuda de la tecnología, las ganas quedaron en dejarla de adorno. No es una excusa, es una descripción del mal manejo de quienes deberían impartir justicia.

El tiempo dirá si a este River le quedan chances para pelear el campeonato, o por lo menos afrontar las próximas fases de la Copa Argentina. El cambio debe ser general y rotundo: la actitud, la inteligencia en los planteos tácticos y el orden arbitral no deben fallar nunca más.

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