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FOTO: Olé
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Por Pablo Labanca

En el primer tiempo sufrimos. En el segundo, gozamos. En el primer tiempo hicimos todo mal. En el segundo, todo bien. ¿La clave? La reacción. Esa reacción que tuvo River durante todo el semestre. Esa reacción con que sacamos a flote tantos partidos. Hoy apareció, una vez más. Y apareció justo a tiempo.

Atlético Nacional nos superó ampliamente en la primera parte. El técnico Osorio se dio cuenta que había muchos espacios, producto de que Rojas no ayudó a Ponzio en ningún momento, y era el «23» millonario contra el mundo. Se dio cuenta, además, que la clave estaba a las espaldas de Vangioni y que Funes Mori no cerraba bien. Por ese sector sufrimos una vez, dos y la tercera la fuimos a buscar adentro.

River en esa primera mitad corrió mal la cancha. Corrió detrás de la pelota. Marcó mal y Atlético Nacional pudo liquidarnos en ese primer tiempo. Pero no lo hizo. Le dio a River una vida más y cuando a River lo perdonás…

Se lo vio a Gallardo muy enérgico y enojado. En ese descanso de 15 minutos los jugadores se habrán comido el reto de sus vidas. River fue totalmente diferente, salió a copar la parada con Ponzio a la cabeza como líder natural, mandó el equipo al frente y empezó a atacar como supo hacer durante todo el semestre. Rotación, precisión en velocidad, sorpresa. Mejoró muchísimo Teo en aguantar algunas pelotas y comenzaron a llegar las situaciones. El gol de River estaba al caer y apareció: ¡Pero que viva el fútbol Pisculichi!

River pudo haber ganado. Cavenaghi tuvo el egoísmo natural de un goleador y que tantas veces perjudica a un equipo (si se la daba a Teo era gol). Pero en definitiva, se vio un equipo bien plantado en la cancha. Ya no corrió más detrás de la pelota, sino que la hizo circular con criterio. Se vio un equipo con temperamento, que salvando las distancias en los nombres, en cuanto a carácter hace acordar al del ’96. Un conjunto que mete cuando tiene que meter y juega cuando tiene que jugar.

Tanto fútbol, tanto esfuerzo y tanto carácter merecen terminar bien. La gloria está a la vuelta de la esquina, sólo hay que doblar y agarrar la recta final para alcanzarla.