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IMAGEN: Prensa River
IMAGEN: Prensa River

River no tuvo el vuelo futbolístico habitual y cayó ante el «Globito» por la mínima diferencia. El único tanto del partido lo anotó el chileno Edson Puch. 

Las formaciones que pusieron ambos entrenadores. El marco. El clima en las tribunas. River y Huracán jugaban una verdadera final en el estadio Bicentenario de San Juan, por más que la Supercopa Argentina no parecía ser un objetivo central cuando comenzó el calendario deportivo de ambas instituciones en este 2015.

Y en el verde césped, el que mejor interpretó esto fue Huracán. Porque lo jugó con los dientes apretados, interpretó a la perfección las falencias de su rival y explotó las espaldas de sus laterales/carrileros, fundamentalmente en el primer tiempo. Por eso, más allá que River arrancó mejor en los primeros minutos, cuando el equipo de Apuzzo se acomodó, empezó a incomodar al millonario.

La banda derecha fue el sector que eligió el «Globito» para dañar al equipo de Gallardo. Dede allí, con un intratable Cristian Espinoza, generó lo mejor de los primeros 45 minutos. Y desde los pies de Toranzo, el cerebro del conjunto quemero. A los 21′, luego de un gran pase del ex-River y un buen desborde de Espinoza, Edson Puch entró solo y con el arco de frente para batir la resistencia de Barovero.

El conjunto millonario, sin ideas, se repitió incansablemente en centros desde la derecha y desde la izquierda, que no encontraron jamás a los posibles receptores. Por el medio, al Pity Martínez le costó marcar la diferencia en la individual y no pudo tampoco romper con pases entre líneas.

En el complemento, Marcelo Gallardo movió el banco. Con Pisculichi y Driussi en cancha, buscó quebrar la defensa de Huracán, ya apostada a aguantar todo lo que le tiraran. River jugó más cerca del arco de Marcos Díaz, que se fue convirtiendo en figura con el correr de los minutos.

A los ponchazos, con más empuje que fútbol, La Banda acorraló al equipo de Apuzzo pero no le encontró la vuelta y se quedó sin copa. Justo una semana antes del comienzo de una seguidilla superclásica, que sin lugar a dudas, ya comenzó a jugar su papel.