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IMAGEN: Diego Haliasz II Prensa River
IMAGEN: Diego Haliasz II Prensa River

El amor y su incidencia en la vida real se encuentran lejos de la perfección a la que, por ejemplo, nos quisieron acostumbrar las películas de Hollywood. No suelen estar en la cotidianeidad de personas las historias lineales donde nada sale mal y el cariño vence a todo. Más bien suele suceder lo contrario: las relaciones de amor tienen idas, venidas, vueltas a ir y venir, negaciones, afirmaciones, dudas y absolutamente todas las sensaciones similares. No se manifiestan de una sola forma ni influyen a los mismos actores o familias tipo. Una relación de amor fascinante se construye, por ejemplo, entre los hinchas de un club de fútbol y un jugador de los suyos, más si éste es un emblema de la escuadra en cuestión.

Más o menos, aunque más “más” que “menos”, a los hinchas de River nos pasa eso con un tal Andrés Nicolás D’ Alessandro. Ese que un día, casi sin avisar, pisó por primera vez la cancha del millo en mayo del 2000 de la mano de Américo el “Tolo” Gallego, en un partido que La Banda perdió por 2 a 1 frente a Unión de Santa Fe. Rápidamente, el “nene” comenzó a tener continuidad, en un contexto para nada sencillo: empezaba a lucirse en la posición que dejaba atrás Pablo Aimar y al lado de uno de los máximos ídolos de la institución, Ariel Ortega.

Pero nada le impidió a D’ Alessandro enamorar a los millones de hinchas que lo miraban todos los domingos. Velocidad corporal y mental, precisión, capacidad de ver el juego, gambeta corta, pases punzantes y una zurda exquisita bastaron y sobraron para que su juego quede en la memoria de todo aquel que lo siguió. Incluso, “Mandrake”, como le decía un archiconocido ex relator, tenía una jugada característica, propia de su persona: consistía básicamente en pisar, con minuciosa delicadeza, el balón desde una posición frontal al cuerpo hacia afuera, para despistar al rival y sorprender con una gambeta o pase posterior. Los especialistas la apodaron “La Boba”.

El cabezón brilló a fines del 2001 pero se quedó sin título por culpa de Bedoya, “Mostaza” Merlo y Racing, pero tuvo su revancha en 2002. Ganó el Clausura de ese año y el siguiente y se convirtió en el conductor indiscutido del futbol millonario. Jugó en total con la banda roja 98 partidos y convirtió 23 goles.

Pero un día, como pasa siempre, llegó “el hombre del maletín”. Ese que siempre nos saca la magia. Que nos recuerda que el fútbol no es zurda y balón, ni platillo y bombo, ni cerveza y amigos, ni aliento y aplauso, ni llanto y risa. O que, en definitiva, sí lo es, pero que el dinero lo puede dar vuelta todo. Y por primera vez, “el pibe de la boba” se fue.

En ese momento, los hinchas de fútbol agarramos un par de agujas y un montón de tela y nos vamos a mirar el mar, en ese recontra citado “muelle de San Blas”. Allí esperamos, seguimos la carrera de nuestros ídolos por Europa, esperando la tan ansiada vuelta. La misma suele amagar en llegar en aproximadamente el 97% de los noticieros deportivos de verano, pero más por desesperación de los productores de televisión que por la realidad concreta. Esperamos el barco que, creemos, algún día volverá.

El problema es que nuestro Ulises un día apareció. Desde la orilla lo vimos, sólo que su velero no tenía el destino querido: clavó el ancla en el barrio de Boedo. D’ Alessandro, ese mismo que de chico corría como un purrete por el anillo del Monumental, o que alcanzó las pelotas el día de los goles de Crespo en el ’96, volvía a la Argentina pero para jugar en San Lorenzo. Increíble pero real.

Y, para colmo de males, llegó ese 8 de Mayo del 2008. River quedó eliminado contra el Ciclón en los octavos de final de la Copa Libertadores en un partido increíble, que el conjunto millonario tenía controlado y con dos jugadores de más (luego otros encuentros lo hicieron pasar desapercibido, pero más de uno calificó esa serie como “la peor en la historia de River”). Lo demás es historia conocida: Ramón Díaz gritando los goles de Bergessio y D’ Alesandro arrodillado, con los brazos en alto, sin ocultar su felicidad en pleno campo de juego del Antonio Vespucio Liberti.

Pero esa noche de pesadilla dejó una enseñanza. Cuando el “pibe de la boba” habló esa noche con el periodismo, dejó en claro por qué festejaba de esa manera. “Por el hincha no tengo respeto, tengo amor”, confesó. Y el amor implica idas y vueltas, enojos, cariños, odios y todo eso. Tómalo o déjalo.

D´Alessandro se fue a Brasil y en el Inter de Porto Alegre se convirtió en ídolo. Ya nada fue igual. Renovó contrato 300 veces y ya los conductores televisivos que se la pasan horas y horas hablando con la playa y el mar de fondo todos los eneros no creían en su vuelta. Si ellos no lo contaban, nosotros ya incluso nos habíamos olvidado de cualquier remota posibilidad de su vuelta. A veces, hasta Penélope deja de tejer.

Pero un día un técnico les dice a los periodistas que “en 48 horas va a haber novedades de refuerzos”. Y, casi como por arte de magia, Mandrake vuelve a la tierra de su primer amor. Lo que parecía imposible, pasó. El crack extrañaba las puertas que lo vieron nacer, crecer y empezar a jugar. Como dice un primo de la ribera: todo vuelve a la normalidad.

Pasaron 13 años. Quien lee estas líneas quizás se recibió, dejó la carrera 15 mil veces y siempre volvió (para volver a dejarla), se casó, fue padre o madre, abuelo o abuela o decidió irse a vivir en lo alto de una montaña en Iruya porque el cemento de la gran ciudad y el movimiento ininterrumpido del Capitalismo lo hartaron. En lo que a River respecta, el millo salió campeón, quedó afuera con Boca de la Libertadores, perdió una semifinal de Copa de San Pablo, y luego en cuartos con Libertad, para después no pasar dos veces la primera ronda y luego no volver a jugarla por seis años. También estuvo 4 años sin ganar nada hasta que levantó el trofeo en 2008 para automáticamente después salir último y tener que esperar otros seis años para dar la vuelta en el fútbol local. Comenzó a perder y perder y perder hasta que pasó eso que todos saben. Volvió del infierno. Dos años después salió campeón, ganó 4 títulos internacionales en un año, ( y eliminó a Boca dos veces en seis meses) incluida la Copa Libertadores para ir a jugar el Mundial de Clubes a Japón y perder con el Barcelona.

Pero volvió. El pibe que siempre nos tiró «La Boba» eligió mirarnos y jugarnos la pared. Nosotros, los “eternos Penélopes” la devolvemos con gusto y ahora la pelota la tiene de vuelta “mandrake”. ¿Cómo termina esto? Imposible saberlo. Es una historia de amor.