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Foto: Diego Haliasz / Prensa River.
Desde antes de las cuatro de la tarde, Nuñez y los barrios cercanos al estadio Monumental empezaron a vestirse de rojo y blanco, con una mezcla de expectativa, ilusión, temor y ansiedad. Sabíamos de la dificultad del asunto, pero así es el hincha, que a cuatro horas de entonar «River mi buen amigo», ya hacía trabajar por demás a los bares de Libertador, Figueroa Alcorta, y Cabildo.
 
En mucha gente se veía una confianza absoluta, inspirada  lógicamente por la presencia de un técnico que supo y sabe de estas batallas, así es Marcelo Gallardo, el cual después iba a darles la razón. Yo era puro nervio y en mi cabeza aparecían y desaparecían las mismas preguntas hasta que el juez dio el pitazo inicial: ¿Qué va a pasar?, ¿como puede darse el partido?, ¿firmamos un uno o dos a cero en el primer tiempo?, ¿se podrá abrir rápido la cuestión?. Y así.
 
También estaban esas miradas cómplices, entre amigos y entre desconocidos. «Hoy se puede», se decían sin hablar. Lo mejor que podíamos hacer para que eso pase era estar ahí, era dejar todo desde nuestro humilde lugar. Y se recontra pudo.
 
River dio vuelta la serie ganando ocho a cero en una jornada que probablemente quedará enmarcada dentro de las goleadas más recordadas de su historia, y teniendo en cuenta la paridad del fútbol moderno en una instancia importante como esta. Pero también por la vivencia personal de cada uno, por lo que brilló y contagió el equipo, porque estábamos tres goles abajo, por Gallardo, por el desahogo, por lo que se habló, porque es la Libertadores, por la fiesta.
 
Una fiesta desde el minuto cero, desde ese memorable recibimiento al que nuestra gente nos tiene acostumbrados. Los goles llegaban y nos desahogábamos cada vez más, pero también nos deleitábamos de un fútbol de alto vuelo y de un Nacho Scocco imparable. Los últimos goles, debemos admitir, que eran entre risas pícaras y miradas cómplices.
 
La ilusión sigue y el objetivo está más cerca pero al mismo tiempo sigue lejos. Lo cierto es que el agradecimiento hacia los jugadores y sobre todo, al cuerpo técnico, es inmenso. Por arriesgar, por la locura de una formación impensada que sólo ellos vieron, por la rebeldía, por la arenga, por demostrarnos que una vez más River pudo, por la máxima entrega, por poner al club otra vez como símbolo de supremacía futbolística. También gracias a los hinchas y ese hermoso clima de apuestas, promesas, nervios, ansiedad y euforia.
 
El pasado jueves recuperamos la ilusión que desde varios sectores nos quisieron hacer perder, y se sintió ese famoso eslogan de «vamos todos unidos», que es la única forma de conseguirlo.
 
Ocho a cero, hasta cuesta decirlo. Gracias.