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Hace 105 años empezaba la historia oficial del clásico más clásico de todos a nivel mundial. El 24 de agosto del 1913, en la vieja cancha de Racing Club de Avellaneda, se enfrentaron los dos equipos más grandes del país en su primer encuentro de la historia. Claro, para esa época no eran los equipos multitudinarios ni llenos de títulos y gloria que conocemos hoy. Al contrario, ambos habían sido constituidos hacía muy poco tiempo: River tenía 12 años de vida y su rival de barrio, 8. Así, ambos empezaban a construir su grandeza.

Boca llegaba al derby en su primer año en la máxima categoría: había sido promovido ese año de la División Intermedia por la desafiliación de cuatro equipos el torneo anterior. De esa forma, entonces, finalmente los grandes antagonistas de La Boca se verían las caras en un partido por los puntos. Y las crónicas de la época constatan que este partido despertó gran interés en las parcialidades. La cancha de Racing podía albergar 7 mil espectadores, y su capacidad lució a pleno para ese cautivante partido. Tal es así, que el diario “La Nación” del día posterior comenta que era quizás, la mayor cantidad de público para un match de fútbol en la corta historia del campeonato nacional.

Pero además de la rivalidad barrial, había otro elemento que despertaba curiosidad: ambos equipos se encontraban encaramados en las primeras posiciones del torneo que a posteriori fue ganado por Racing, pero que se jugó en dos ruedas: la primera, para definir a los equipos que jugarían por el campeonato, y una segunda rueda de dos grupos con los mejores de la primera rueda, en el que ambos ganadores jugarían una final.

La iniciación del cotejo estaba estipulada para las 14.30 pero, por la tardanza del referí en llegar a la cancha de Avellaneda, se atrasó hasta las 15:10. River, con su tradicional indumentaria tricolor, salió al campo de juego con: Carlos Ísola en el arco, Arturo Chiappe y Pedro Calneggia en defensa, Heriberto Simmons, Cándido García y Atilio Peruzzi en la zona media, y Luis Galeano, Antonio Ameal Pereyra, Alberto Penney, Fernando Roldán, y Roberto Fraga Patrao en el sector ofensivo. Los xeneizes formaron con Bidone; Garibaldi, Lamelas; Valentini, Vergara, Elena; Calomino, Romano, Mayer, Abbatángelo y Taggino.

Estaba todo dado para presenciar uno de los mejores partidos que se podían dar no solo en Argentina, sino en Sudamérica, ya que el fútbol estaba arraigado en el Río de La Plata, Rosario y en ciertas partes de Brasil. Pero lo que se vio en ese primer superclásico no fue tanto el fútbol que todos esperaban, sino la lucha y la dureza que ha ejemplificado muchos de los partidos jugados entre estos dos equipos. Ese primer partido entonces dejó un ADN, una huella imborrable de cómo se jugarían los que desde ese momento fueron llamados “Clásicos de La Boca”, y hoy conocemos como “superclásico argentino”.

A pesar de eso, un tiro de esquina Fraga Patrao a los 30 minutos del cotejo encontró la cabeza de Cándido García, que así inscribió su nombre en la historia como el primer anotador de un superclásico en la historia. River era superior, y eso lo siguió demostrando al segundo minuto de la etapa complementaria, cuando Ameal Pereyra marcó el segundo gol del partido con un furibundo disparo, luego de una nueva habilitación de Fraga Patrao.

Los ánimos se caldeaban y a los 25 minutos de ese segundo tiempo, la duras acciones futbolísticas derivaron en piñas y escenas más relacionadas al boxeo que al deporte que practicaban, en la cancha primero, y luego en las gradas, entre la afición “Darsenera” (viejo mote para los riverplatenses debido a su locación en el Dársena Sud de Buenos Aires) y los aficionados boquenses. Cuenta la crónica de la época que la fanaticada riverplatense solía parar en la Confitería Las Camelias, en Almirante Brown y Pinzón, y que la xeneize se juntaba en el Café Paris o La Alegría, en la misma cuadra de sus rivales. Sin duda, era en esos tiempos una pelea de barrio, entre conocidos, pero que ya mostraba la rivalidad que se caracteriza el superclásico mundial.

De esa trifulca en la cancha, fue expulsado el gran jugador riverplatense Ameal Pereyra. Reanudado el juego, Boca marcó rápidamente el descuento a través de Mayer. Aún así, River tuvo todo para marcar el tercero pero la mala puntería no pudo agrandar el marcador. El final se festejó con toda algarabía, no solo en Avellaneda, sino también en el barrio de La Boca, del cual ambos eran parte.

Entre los datos de color, Alberto Penney, de destacada actuación en ese cotejo, había sido uno de los fundadores de Boca. Además, otro destacado de ese partido, Ameal Pereyra, luego jugó en Boca en el año 1922. Abbatángelo, en cambio, había jugado en River en 1910 y Taggino lo haría entre 1916 y 1918.

Esa primera victoria no fue un hecho aislado para River, que ejerció una considerable paternidad sobre Boca en el amateurismo, ganando 4 partidos, empatando 3 y perdiendo 3. Además, lo eliminó dos veces de dos oportunidades en las copas de esa época: en la Copa Competencia del 1915, luego de un empate a un gol, River eliminó a Boca ganándole 4-2, y en la misma Copa del año 1918, River eliminó a Boca al ganarle 1-0. Asimismo, la victoria en el superclásico del 1913 impulsó a River a una gran campaña, terminando primero junto a Racing Club y San Isidro con 24 puntos en esa primera ronda (Boca terminó 5to con 18), y ya en la segunda ronda, River terminó primero de su grupo junto a Racing Club, ambos con 31 puntos, pero por diferencia de goles, el club de Avellaneda dirimió y ganó la final ante San Isidro (2-0), ganador del otro grupo con 32 puntos (Boca terminó segundo de ese grupo con 27 puntos).

Así es como la gran historia del partido con más rivalidad a nivel mundial y de equipos empezó, una tarde ya hace más de un siglo atrás, y como no podía ser de otra manera, con victoria del más grande de nuestro país.