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Faltan algunas horas para que se vaya este 2018. Un año que será difícil de olvidar para todos los hinchas de River. Los balances suelen arrojar cosas positivas y negativas a la hora del análisis. Hay que «escarbar» bastante para encontrar de las segundas, a decir verdad.

El año de River comenzó a tomar forma en diciembre de 2017, con un triunfo contundente de Rodolfo D’Onofrio en las urnas y una reelección que dejó bien en claro el camino a seguir. La continuidad de Marcelo Gallardo estaba fuera de discusión, pero había algo más: el Muñeco y la dirigencia se sentaron a hablar no sólo de refuerzos y de la pretemporada; también del desarrollo de un proyecto infanto-juvenil, que comenzará a dar resultados en unos años.

En lo deportivo, el millonario apostó a un mercado fuerte en enero del ’18: incorporó a Franco Armani proveniente de Atlético Nacional, a Juan Fernando Quintero que llegó desde el Porto, a Bruno Zuculini desde el Hellas Verona y pagó una fortuna de Lucas Pratto, hasta entonces en el Sao Paulo. El Más Grande gastó cerca de 20 millones de dólares. La inversión más importante en toda la gestión D’Onofrio-Gallardo.

El gran desembolso económico no se trasladó de manera inmediata a los resultados. Fue algo que generó algo de preocupación. Más allá de una victoria ante Boca en un amistoso de verano, el elenco de Napoleón no daba pié con bola. No aparecía el fútbol ni los triunfos. Sólo se podían rescatar algunas actuaciones de Franco Armani y el buen retorno a las canchas de Rodrigo Mora.

Hasta que llegó el 14 de marzo. Una fecha bisagra en el andar de River. Una final ante el eterno rival, que marcó un antes y un después. Ellos llegaban en un gran momento. Nosotros, tal vez en el peor. Pero el millonario volvió a hacerse fuerte en un superclásico definitorio y venció a Boca en Mendoza con goles de Gonzalo Martínez e Ignacio Scocco. Una victoria trascendental desde los simbólico y lo emocional, más allá del valor que unos y otro podían darle a esa Supercopa Argentina.

De ahí en más, el Más Grande despegó. Se sacó una mochila importante. Comenzó a fluir el juego. Empezó a ganar y ganar. Cada tanto empataba. Pero era otro equipo. Clasificó a octavos de final de la Copa Libertadores dos fechas antes del cierre de la fase de grupos. No le dio el caudal de puntos para pelear por la Superliga. El objetivo era meterse en la próxima Libertadores, pero tampoco le dio. Quedó en zona de clasificación a la Sudamericana 2019. Por eso, estaba obligado a ganar la presente edición de la Copa o apostar al tricampeonato en la Copa Argentina. Este River de Gallardo, como nos tiene acostumbrados, fue por todo.

La competencia se interrumpió por la Copa del Mundo disputada en Rusia. Fueron dos meses larguísimos, en los que River pareció desarmarse. Se le fueron doce futbolistas, entre ellos Marcelo Saracchi, Ariel Rojas, Iván Rossi y Joaquín Arzura. No trajo refuerzos. Ni uno. La confianza de Marcelo Gallardo en sus dirigidos fue tan grande que apostó por ellos, más algunos juveniles que comenzarían a dar sus primeros pasos en la Primera División.

Luego del parate, River arrancó el semestre con dos caras distintas: a pie firme en las copas, sin demasiada fortuna en el torneo local. De hecho, estuvo cuatro fechas sin ganar, tres sin convertir goles. Se destapó en la quinta ante San Martín de San Juan, justo una fecha antes del superclásico. Fue a la Bombonera y volvió a ganarle al eterno rival. A domicilio. Con otra paliza táctica del gran DT millonario.

Boca no fue el único equipo argentino que terminó arrodillado ante este River «copero». Los dos de Avellaneda, Racing e Independiente, quedaron en el camino en las primeras fases de eliminación mano a mano. Tampoco pudo Gremio, el último campeón de la Libertadores, en un serie para el infarto.

El cierre del año fue de novela. Ni al mejor guionista se le hubiese ocurrido un final así. River y Boca volverían a verse las caras, en una definición inédita e histórica de la CONMEBOL Libertadores. Un país que se paralizó desde el momento que se conoció la final, hasta que terminó de disputarse, casi cuarenta días después. Sí, encima de todo, iba a ser la final más larga de la historia.

River iba a la Bombonera sin sus capitán (Ponzio) y sin su gran líder (Gallardo). Iba a ser el sábado, pero llovió lo que no llovió en mucho tiempo. Pasó al domingo. Y allí fueron los dirigidos por Napoleón, sin el gran estratega y con Biscay en el banco. En un partido de trámite cambiante, el Millo hizo negocio y se llevó un 2-2 que terminó mirando con buenos ojos. Podría haberlo ganado en el primer tiempo. También pudo perderlo en el final, pero Armani se convirtió en héroe. Estuvo dos veces en desventaja, pero supo sacarlo adelante.

En el medio de los dos partidos hubo una fecha FIFA. Sin convocados de River y Boca. Una locura. Una espera desesperante. Que alteró los ánimos de los hinchas, también de los protagonistas. Dirigentes y ex-jugadores «boquearon» de un lado, del otro eligieron el perfil bajo característico y la tranquilidad de Cardales. «Los pingos se ven en la cancha», reza un viejo proverbio. Pero unos imbéciles arruinaron la fiesta de miles, agredieron el micro visitante y la finalísima sufrió una nueva postergación.

Iba a ser al día siguiente. Hubo un pacto de caballeros. Pero no, a la final se le sumó un asterisco y era la CONMEBOL la que tenía que decidir cuándo y dónde se jugaría el partido más trascendente de todos los tiempos. En el medio, un River desenfocado viajó a Mar del Plata y perdió por penales ante Gimnasia en Copa Argentina. Un partido raro. Un cachetazo para un equipo que se lo notaba con la cabeza en otro lado.

Alejandro Domínguez, el «dueño de la pelota» en el fútbol sudamericano, se despertó con ganas de llevar la final a otro país y así fue. El 9 de diciembre, en el Santiago Bernabéu de Madrid. Con las dos hinchas. Un desenlace insólito, inesperado, de película. Que terminó con un final feliz para River, luego de 120 minutos de locura. Pratto, Quintero y el Pity le dieron el triunfo al Más Grande. El mundo entero vio como el millonario consiguió su cuarta Copa Libertadores. La más importante de todos los tiempos.

El 2018 culminó con la participación del equipo del Muñeco en el Mundial de Clubes disputado en Emiratos Árabes. La «resaca» por tanto festejo impidió una final soñada con el Real Madrid. Los de Núñez debieron conformarse con un tercer puesto. La cabeza, el alma y el corazón seguían en los festejos por la Copa. En nada más.

El regreso fue triunfal. Una multitud recibió al Más Grande de América, desde la llegada al Aeropuerto Internacional de Ezeiza hasta el mismísimo Monumental. Allí aguardaban esas 66 mil almas que merecían la final superclásica en casa. Pudieron disfrutar de una vuelta olímpica histórica, un show de fuegos artificiales interminable y la recreación del tercer grito del Pity, en los pies de un niño atrevido que le robó el balón. Era el hijo de Milton Casco. Una fiesta para recordar toda la vida.

Así se va el 2018 para River. Lleno de alegrías, de grandes momentos, de felicidad eterna. Será difícil de empardar, pero la grandeza de River exige ir siempre por más. Nadie nos quita lo bailado. Tampoco la ilusión de otro gran año para La Banda Roja.

¡FELIZ 2019 AL MÁS GRANDE DE AMÉRICA!