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Un día como hoy, hace cinco años atrás, River goleaba a Tigres en el Monumental y obtenía la Libertadores 2015, la tercera de su historia. Lucas Alario, Carlos Sánchez y Ramiro Funes Mori anotaron los goles del equipo del Muñeco bajo una lluvia intensa, en una noche mágica e inolvidable.

Venía la mano torcida, casi desde el vamos. Desde ese primer traspié en la altura de Oruro, los empates en casa con Tigres y Juan Aurich, el punto con sabor a poco en Chiclayo y la igualdad agónica en México. Cuando a River lo daban todos por muerto, apareció el milagro: triunfo cómodo ante San José en Núñez, la radio pegada al oído y los goles salvadores de Enrique Esqueda en Perú. Una clasificación de película, sufrida y emotiva a la vez.

Lo que vino luego no fue menos. La Copa Libertadores tiene esas cositas que la hacen distinta a todas. Y tuvo en octavos una final anticipada ante el rival de toda la vida. Tan anticipada que terminó definiéndose sin completar los 180 minutos reglamentarios, por el recordado gas pimienta y el bochorno que vivieron los jugadores de River DENTRO de la Bombonera. Vino después Cruzeiro, la bestia negra que pisó fuerte en el Liberti pero terminó de rodillas en el mítico Mineirao, sometido por el fútbol de alto vuelo del Millonario. La mejor producción de un equipo argentino en tierras brasileras, sin duda alguna.

Luego del receso se fueron algunos y vinieron otros. Y entre las caras nuevas construyeron el gol de la clasificación en Asunción: gran habilitación con pase tres dedos de Tabaré Viudez para la definición con suspenso de Lucas Alario, ese flaco que vino de Colón y por el que nadie daba dos pesos…Bueno, River sí. Y lo bien que hizo.

Hasta que llegó el día que nos convoca. Hace exactamente cinco años. Noche fría, húmeda, lluviosa. Inolvidable. Sin Mercado, pero con Mayada haciendo un partidazo. Sin Mora, pero con Cavenaghi entregando hasta lo último en el último capítulo de su historia con el Manto Sagrado. Sin Gallardo, que lo vivió escondido vaya a saber dónde, pero con Biscay y Buján a cargo de una tropa que no sabe lo que es rendirse.

El recibimiento que organizó la Subcomisión del Hincha brindó un marco especial y distinto a los mariachis que «animaron» a los locales en la ida en Monterrey. La llovizna incesante aportó lo suyo para el elenco del Muñeco, que salió a jugar con el cuchillo entre los dientes y recién pudo destrabar el partido a poco del cierre de la primera mitad, tras una jugada magistral de Leonel Vangioni y un cabezazo letal del Pipa Alario, el de los goles importantes.

En complemento River salió decidido a matar el partido. Y lo consiguió manteniendo la intensidad y sabiendo jugar esta clase de partidos. A Carlos Sánchez lo derribaron dentro del área y se hizo cargo de un penal que pidió Fer Cavenaghi. El Torito sabía que era su final, su adiós, su último grito con la banda roja, pero lo vio tan confiado que cedió. El yorugua no dudó, infló la red y desató un verdadero carnaval en Núñez.

A medida que se acercaba el final del encuentro la lluvia caía con más fiereza. No se movía nadie. No se mojaba nadie. Eran lágrimas de emoción. Faltaba el broche de oro. El gran Ramiro Funes Mori apareció por el centro del área para conectar un córner desde la derecha y meter ese cabezazo asesino, incontrolable para Nahuel Guzmán, que sentenció la historia. Un jugador a imagen y semejanza de este River de Gallardo: sacrificio, fortaleza mental y una gran capacidad para sortear adversidades.

La noche culminó con Trapito y Cavegol levantando el trofeo más importante del continente. También tuvo la emoción de Gallardo, que por fin pudo ingresar para celebrar con los suyos. El campo de juego terminó siendo prácticamente una pileta de tanta agua que cayó. ¿A quién carajo le importó?

River volvió a ser el Más Grande de América. Todo lo demás es cotillón.