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EL EQUIPO DE GALLARDO, EN LA «DULCE» ESPERA

Quienes realizaron alguna vez en su vida la peregrinación a Luján (no es mi caso), repiten de manera permanente que uno de los obstáculos más importantes de la travesía se da en el trayecto final. Es un problema para los aventureros empezar a ver la cúpula de la Basílica, porque esa imagen hace creer que el camino está por finalizar aunque todavía falten horas para llegar a destino. Por momentos parece que River vive una experiencia similar, porque ve desde la punta la luz al final del túnel, pero el último baile aún no llega. Para la próxima tertulia, encima, faltan dos semanas.

Lo que nadie puede negar es que River disfruta su viaje. Patronato intentó durante diez minutos una propuesta audaz tapando las recepciones en ofensiva de Enzo Pérez y de su tocayo Fernández, pero no logró combinar esa presión en la mitad de la cancha con una correcta ocupación de espacios en el tramo más cercano al arquero Matías Ibáñez. Eso, ante River, es casi equivalente a un pecado capital.

Sobre todo porque se trata de un equipo que encontró luego de un tiempo en los últimos partidos la constante sensación de gol: cada vez que ataca parece que el balón puede terminar dentro de la red. Los números lo demuestran. En tiempos de inoculaciones, River se vacunó contra la falta de efectividad: de seis situaciones de gol claras convirtió cinco.

Ese camino del equipo de Gallardo fluye como la corrida de Agustín Palavecino, que soltó la pierna a la carrera con un único movimiento. “Eso vale un palo y medio”, me susurró mi papá en la tribuna, a sabiendas de que el talento con movilidad, pase al pie, gambeta y conducción del ex Platense podría haber sido mucho más caro.

Se extiende el trayecto, también, como la capacidad intermitente y sistemática de Julián Álvarez de convertir todo lo que toca en oro. Por fuera de los goles, el delantero demostró que tiene una ventaja casi matemática: cuando logra salir de espaldas con pelota dominada ante los centrales que lo marcan, en dos segundos le saca distancia a cualquiera. A eso le incorpora capacidad goleadora, gambeta, asociación en el juego, despliegue, presión.

Por lo demás, un River sin fisuras. Las zancadas de Simón, el talento de Rollheiser, el esfuerzo y el pase efectivo de Fernández, el talento inacabable de Enzo Pérez, la inteligencia de Rojas, la vigencia de Armani y Maidana, la seguridad de Martínez, el juego de Casco, el desequilibrio de Carrascal, el aguante de Romero, las ganas de Zuculini. La fuerza para Peña, la mala noticia de la jornada, que seguramente tendrá la fuerza para salir.

La mirada levanta la cabeza y observa de lejos la cúpula de lo que sentimos y no queremos decir. Lo demás es canto, bandera y felicidad. ¿Quién fue el que inventó que esperar es algo malo?