Isotipo_Figuras3

La ineficacia se volvió a apoderar de River, que fue derrotado con muy poco por 1-0 ante Colón, en un partido correspondiente a la tercera fecha de la Liga Profesional. A instancias del VAR, protagonista de la noche, Ramón Ábila fue el verdugo que potenció el flojo momento del equipo en materia de goles.

Escenario hostil en el que Marcelo Gallardo acumulaba dos empates y dos derrotas. Nunca había podido ganar y esa mala racha se convirtió en un pagaré difícil de levantar. En apenas cuatro minutos, Enzo Fernández ya había probado al arco con un zurdazo desde afuera del área. Despierto River y dormido Colón, que esperaba rezagado en su campo. En esa desesperación de marcar territorio, cometió dos infracciones peligrosas que Julián Álvarez ejecutó rumbo al arco con suerte dispar. El manejo de la pelota era todo de la visita, que llegaba cómoda a tres cuartos hasta toparse con ocho rivales agazapados para el contraataque. Muy movedizo Julián Álvarez para salir de la zona caliente a jugar, activos Santiago Simón y Esequiel Barco para involucrarse en la creación, paciente Marcelo Gallardo para dar indicaciones. El único que esperaba la chance de entrar en accíon, lejos de comprometerse con la faceta defensiva, era Ramón Ábila, el ariete que se ubicó cerca de una segura línea de fondo.

Crecía Elías Gómez en casi 15 de la primera mitad con escaladas por su sector y centros envenenados, mientras que en cada envío aéreo al jardín de Franco Armani, los grandotes del Sabalero olían sangre. ¡Disparo desviado de Julián! desde la medialuna que se va cerca del ángulo superior de Leonardo Burián, hasta este momento salvador en tres oportunidades. La clave del equipo de Julio César Falcioni era encontrar los espacios para que Cristian Bernardi desequilibrara por el centro antes de levantar la mirada, como lo hizo con Lucas Acevedo y Santiago Pierotti, quienes no pudieron adelantarse a la lectura de la jugada. Enzito tuvo otra muy clara a los 18, cuando soltó la piernas desde 30 metros tras un despeje apresurado de Burián. El que tuvo que bailar con la más fea fue Emanuel Mammana, encargado de que Facundo Farías no se volviera una pesadilla, pero el 23 le tiró encima toda su experiencia en el mano a mano. Faltaba poco para encontrarle la vuelta al cerrojo santafesino, que alternó buenas y malas pero jamás dio una pelota por perdida.

En 30 minutos, respiraba el Negro a la vez que el Millonario bajó los decibeles. Se estudiaron, se midieron y dio la sensación de que a partir de allí comenzaba un nuevo partido. Ojo, el Pulpo también tuvo que salvar las papas en algunos pasajes en los que los defensores sobraron la marca. Inmediatamente apareció Wanchope, que tanto sabe pararse al límite del offside aunque entre el juez de línea, que levantó la bandera, y Armani adivinando su intención, le devolvieron el oxígeno al Muñeco, que a esta altura no ocultaba su fastidio. Y sí, sus jugadores tenían la posesión, acumulaban gente en ataque pero no hallaban las formas para superar el planteo.

A todo esto, el que más sufría la falta de participación era Nicolás De La Cruz, cerca del círculo central y demasiado lejos de su zona de confort. En la única que tuvo, el charrúa estrelló un potente disparo a las manos de su compatriota, el Cachorro que defendía el arco con uñas y dientes. Se emparejó la historia, cada uno con su libreto. Escapó Farías, enganchó para adentro, dudó, tardó y decidió, aunque le metió muy abajo con el borde interno y la mandó muy arriba del horizontal. Agonizaba el cronómetro de Patricio Loustau, pero antes Acevedo se tomó el atrevimiento de quedarse con la última bola: cabezazo que Armani desactivó con solvencia. No hay que pasar por alto el desempeño de Leandro González Pirez, muy sobrio para resolver, no permitir el giro de los atacantes de Colón y aún mucho mejor en la salida desde el fondo. No hubo tiempo para más.

La barbarie ofensiva del principio no era parámetro para River, que fue de mayor a menor hasta convertirse en presa de la propuesta del local. La charla técnica debió estar enfocada en controlar la mitad de la cancha e idear alternativas para desnivelar entre medio de una multitud. El pitazo abrió el telón del segundo acto y, en segundos… gol de Colón. Sí, Ábila picó ¿en la misma línea? que la zaga riverplatense y definió con comodidad. Rápidamente, banderín levantado y revisión de VAR, que se tomó su tiempo para dictaminar, junto al árbitro principal, que fue correctamente invalidado. En la siguiente, De La Cruz cayó atropellado por Acevedo pero el juez dejó seguir ya que la Araña tenía la posesión, que buscó a asociarse con Barco, que también quedó en el suelo al chocar con la espalda de… ¡Acevedo! Con dos hombres tirados en el campo, Julián tenía la pelota pero no a quién pasársela. Intentó la personal y todo se diluyó. Saque de arco sin más. A falta de media hora, seguía sin emociones la noche en Santa Fe. En una fugaz incursión, Simón le ganó en velocidad a Teuten y soltó una rasante amenaza que Burián despejó sin problemas hacia un costado. Crecía tímidamente el Millonario.

La insistencia de Álvarez no alcanzaba y, de reojo, el Muñeco miraba cómo solucionar el déficit desde el banco de suplentes. La primera decisión fue mandar a la cancha al cumpleañero Braian Romero, que estuvo errático por demás en vez de aportar sustento arriba. El Cementerio de los Elefantes estaba muerto de goles, de alegrías, de emociones, hasta que Wanchope volvió a inquietar con su sentido de la ubicación: Farías lo esperó pacientemente, lo asistió con borde interno y el cordobés controló con derecha antes de definir con la de palo con el arco a disposición, luego de que Armani cayera engañado. Nuevamente intervención del VAR, se perdieron 10 minutos en los que pasó de todo: Tomás Pochettino y José Paradela reemplazaron a Nicolás De La Cruz y Esequiel Barco para darle aire fresco a la inventiva. Pero no. Mientras Loustau esperaba el fallo definitivo, que le dio el primer festejo de la jornada a Sabalero, el conjunto visitante terminó de besar la lona. Mandíbula floja que dennota una barrera psicológica en momentos claves.

Ya ni la presencia de Andrés Herrera en lugar de Emanuel Mammana le dio al ataque otro vuelo. Colón se agigantó con su gente como respaldo y hasta pudo estirar la diferencia. El centenar de centros por parte de River, sin un destino ni un receptor fijo, no hizo más que complicar el trámite y malograr las pocas balas. Una derrota que duele por la forma, que recrudece la falta de gol cuando Julián está esquivo y que potencia la necesidad de un desfachatado, un revulsivo, que rompa cadenas y candados. La Copa Libertadores es la gran obsesión, pero cada cachetazo se vive puertas adentro. Serenidad, sí. Trabajo también.

SEGUÍ TODAS LAS NOTICIAS Y LOS RESULTADOS DE RIVER EN 365 SCORES