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Por María Gabriela Parra

 

El 20 de septiembre de 1931 se jugó el primer clásico River – Boca del profesionalismo. Un partido muy especial, en un contexto social también especial. En medio del gobierno de facto del General Uriburu, que había derrocado a Hipólito Yrigoyen hacía poco más de un año, la presencia de las fuerzas de seguridad en gran número hacía presagiar que el clima iba a estar caldeado, espeso.

En el partido partido preliminar, aparecieron los primeros signos de violencia. El partido se suspendió por la agresión de Strada contra Ganduglia, que terminó con la cara totalmente ensangrentada. Además, el viejo estadio de Boca desbordaba de gente y el partido tuvo que adelantarse unos minutos porque la parcialidad riverplatense habían intentado prender fuego algunos tablones del estadio.

La expectativa era mucha. A sólo dos fechas del final, River y Boca estaban pisándole los talones a San Lorenzo, el puntero del campeonato. El que ganara el match, iba a pelear palmo a palmo con el Ciclón hasta el final.

Rápidamente, a los 16 minutos del primer tiempo, Carlos Peucelle anotó para River el primer gol en la historia de los superclásicos oficiales.  Pero a los 30 minutos, se produjo la primera incidencia del encuentro:  el juez
Enrique Escola le otorgó un penal a Boca, que pateó Francisco Varallo. El tiro desde los doce pasos fue atajado por el guardametas millonario, que dio un rebote largo y volvió a contener el disparo de Varallo. Sin embargo, con un foul que se sigue discutiendo hasta el día de hoy, el delantero boquense volvió a rematar y esta vez sí, consiguió el empate para el local.

La bronca de los jugadores de River fue tal que el árbitro expulsó a Bonelli, Lago y Belvidares por agresión física y verbal. Las fuerzas de seguridad irrumpieron en el campo de juego, los jugadores millonarios fueron detenidos y el partido no pudo continuar. Días después, el Tribunal de Penas le dio el partido ganado a Boca por 1 a 0.

Años más tarde, el mismo Francisco Varallo, en una entrevista que le concedió a la revista «El Gráfico», asumía lo que todos los jugadores de River vieron y habían reclamado: «Las tribunas estaban a reventar y yo me puse muy nervioso. Nerviosísimo. Cherro, como siempre, me acomodó la pelota. Era una cábala que teníamos. El la acomodaba y yo pateaba. En la cancha no hablaba nadie. No se movía una hoja. Tomé carrera y le dí, pero no me salió como siempre. Se nota que estaba nervioso, tenso. El arquero Iribarren voló y dio rebote, volví a pegarle y volvió a tapar, pero la pelota quedo ahí y la empuje de zurda. Los de River se pusieron como locos porque decían que yo lo había agarrado al arquero. Y era verdad. Lo retuve un poco y le pegué. ¿Pero qué iba a hacer? «