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Por Ubaldo Kunz

El 17 de octubre de 1999 no fue un día más. Además de ser el «Día de la Lealtad Justicialista», fue una jornada muy especial para todos los argentinos que viven el fútbol en carne propia. Fue el último superclásico del milenio.

Así se vivió en la previa. Así se anunció con bombos y platillos. El clásico podía llegar a cerrar un ciclo, no sólo temporal. Hacía 9 años que River no ganaba en su estadio contra el rival de toda la vida. Casi una década, justamente en años en los que el conjunto de Nuñez se cansó de dar vueltas olímpicas, con un tricampeonato, Copa Libertadores y Supercopa incluídas.

En la previa, de un lado Ramón Díaz le ponía picante en las declaraciones. Tenía con qué: iban a jugar Aimar, Saviola y Ángel. Del otro lado, Carlos Bianchi le ponía cautela a un equipo que salió a disputar el partido más importante del año con un sólo delantero, Martín Palermo. Las intenciones hablaban por sí solas.

El que sí salió al cruce en los micrófonos fue Jorge Bermúdez. El «Patrón», testigo presencial del logro máximo riverplatense en los 90’s al caer con el América de Cali en la final de la Libertadores en el Monumental, tuvo la desfachatez de decir que los jugadores de River veían la camiseta de ellos y se ponían pálidos.

Todas estas palabras se las llevó rápidamente el mismo viento que se llevó los papelitos tirados en la salida de los equipos, porque a los 30 segundos River reventó el palo derecho de Oscar Córdoba luego de un gran desborde de Diego Placente y un remate certero de Javier Saviola, que por milímetros y mala fortuna no terminó en gol.

Sin embargo, todo el primer tiempo tuvo un sólo protagonista, el local, que apretó a Boca contra las cuerdas. El equipo de Bianchi pateó su primer tiro al arco cerca del final del primer tiempo. Antes, una guapeada de Leornado Astrada y una muy buena habilitación hacia la derecha le permitió a Pablo Aimar quedar en posición inmejorable para colocarla por encima de Córdoba y romper el arco xeneixe. ¿Centro? ¿Tiro al arco? Poco importa, lo gritó con alma y vida. Y además, le ponía justicia al marcador. River había sido ampliamente superior al equipo de la ribera.

En el complemento, obligado por las circunstancias, el equipo de Bianchi salió a buscar el empate. Con pocos argumentos, como en casi todo el cotejo. En una contra, en otro nuevo ataque que nació en la recuperación del «Jefe» Astrada, entre Gancedo y Juan Pablo Ángel construyeron una pared que terminó en un derechazo implacable del delantero colombiano. Su compatriota Oscar Córdoba sólo atinó a hacer vista y buscar la pelota dentro del arco.

El grito desgarrador de Juan Pablo se fundió con miles de gargantas que lo abrazaron en un festejo inolvidable. River se sacaba así una espina, de esas que molestaban a pesar de la gloria obtenida en todos esos años. Era el final del milenio. El último superclásico.  Y lo ganó el campeón del siglo XX, como mandaba la historia.

 

http://youtu.be/zzziNSEKVM8