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La histórica definición de Ricardo Rojas para consumar la goleada en la Bombonera  (Foto: Fotobaires)

Hace once años, el equipo de Ramón daba cátedra y aplastaba a Boca en la misma Bombonera. Con goles de Cambiasso, Coudet y la histórica vaselina de Rojas, se quedaba con el derby y se afianzaba rumbo al campeonato número 30.

El 10 de marzo de 2002, el equipo dirigido por Ramón Díaz escribió una de las páginas más importantes en la historia de los superclásicos. Después de casi ocho años de sequía en el territorio enemigo, River Plate derrotaba a Boca 3 a 0 en un baile histórico e inolvidable.

Aquél equipo de Ramón era más que su archi rival. Desde su propuesta, el talento individual, y fundamentalmente por el rendimiento colectivo. Desde la experiencia de Ángel Comizzo; la solidez y el oficio de Celso Ayala  en esa línea de tres que completaban Rojas y Garcé; el ida y vuelta incansable de Coudet y Zapata por las bandas; el gran funcionamiento del doble cinco en la marca y el buen pie del tándem Ledesma-Cambiasso; con el talento en estado puro de Andrés D’ Alessandro; la magia incansable de Ariel Ortega y la revelación goleadora de Cavenaghi. Todos ellos construyeron un equipo de alto vuelo.

En la previa, el «Chacho» Coudet fue tapa de Olé: «A Boca lo vamos a atacar como loco». Lejos de ser una de esas frases que buscan ponerle pimienta al superclásico, era una declaración de principios. Porque no habían pasado cinco minutos y ya Roberto Abondanzieri mandaba al corner el primer grito de gol, casualmente en los pies del volante platinado.

A pesar de tener el control de la pelota y buscar siempre por abajo, el marcador se abrió desde una pelota parada y un centro cruzado, anunciado, de casi 30 metros, que ningún defensor xeneize pudo despejar. El «Cuchu» Cambiasso, un experto en hacer goles en los clásicos, facturó el primer regalito y le rompió las manos endebles al Pato Abondanzieri.

A los pocos minutos, cuando el primer tiempo se moría, una gran jugada colectiva que nació en una recuperación de Ortega en la mitad de la cancha, terminó con el «Chacho» Coudet ingresando al área como wing derecho para clavar un sablazo cruzado, esquinado, inatajable. Y para desatar el delirio de una multitud que había copado las dos bandejas visitantes de la Bombonera.

En el complemento, Boca se vino con todo. El equipo dirigido por el «Profe» Tabarez quemó las naves, y River apostó únicamente a la contra. En una la tuvo Cavenaghi, que definió con clase ante la salida de Abondanzieri pero el poste derecho le negó el grito. Pero faltaba la frutilla del postre, en los pies de un protagonista impensado: Ricardo Rojas, aguerrido y limitado -¿por qué no admitirlo?- defensor, la picó por encima del arquero bostero y selló un 3 a 0 inolvidable.

Lo gritó todo el pueblo millonario. Lo festejó el país menos algunos. Las palabras premonitorias del «Chacho» Coudet al Diario Olé fueron tan reales, que hasta Rojas se dio el lujo de entrar en la historia de los superclásicos con un gol de película, que quedará en la retina de todos los hinchas que se fueron de la Boca con el alma llena de fútbol. Como manda la historia.