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Hay clásicos que son, por definición, imposibles de clasificar. ¿Cómo se hace para titular aquél partido del 22 de noviembre de 1987 que hoy nos convoca el recuerdo? ¿Inolvidable? ¿Dramático? ¿Imprevisible desde el minuto cero hasta el final?

Es que tuvo tantos condimentos, tantas alternancias en el resultado, en el juego y en las emociones, que cuesta ponerle una ‘etiqueta’ acorde con todo lo que aconteció en más de noventa minutos, incluyendo dos penales errados, uno por cada equipo.

El conjunto dirigido por Carlos Timoteo Griguol tuvo un andar irregular en aquél torneo, en el que le tocó «bailar con la más fea», porque reemplazar a Héctor Rodolfo Veira luego de todos los títulos conseguidos en un año era una tarea difícil (casi imposible cabe decir). Además, al exigente hincha millonario nunca le gustó el «estilo Griguol», y este River no enamoraba ni desde el juego ni desde los resultados, más allá de haber levantado pocos meses antes la Copa Interamericana contra la Liga Deportiva Alajuelense.

Aquel domingo 22 de noviembre de 1987, desde el banco de suplentes se enfrentaban dos propuestas similares. En la vereda de enfrente estaba el «Toto» Lorenzo, otro entrenador que le regalaba poco al espectáculo. «Pragmáticos» les dicen ahora. Para los riverplatenses, para nuestro paladar que levanta las banderas del buen juego, siempre fueron «amarretes».

El partido, como era de esperarse, estuvo lejos del «jogo bonito». Muy friccionado en el medio, con muchos volantes de marca en la mitad del terreno, las pocas situaciones de gol que tuvieron ambos equipos fueron consecuencia más de los pelotazos y los errores defensivos que de la elaboración colectiva.

River Plate formó ese día con: Nery Pumpido; Jorge Gordillo, Nelson Gutiérrez, Oscar Ruggeri, Pablo Erbín; Pedro Troglio, Américo Gallego, Ernesto Corti; Jorge Palma; Antonio Alzamendi y Jorge Da Silva.

De entrada nomás, Jorge Palma desperdició un penal por encima del travesaño. River fue el que más decidido salió a buscar el encuentro, mientras que la visita esperó agazapado, esperando alguna contra o pelota parada que le permitiera acercarse al arco de Pumpido. Así sucedió en el primer tiempo, sobre el final, cuando Jorge Rinaldi de cabeza puso en ventaja al equipo de la ribera, y en el comienzo del complemento, cuando estiraría la diferencia luego de un contragolpe letal.

Cuando parecía que la historia estaba definida, dos jugadas casi calcadas terminaron en los cabezazos de Jorge Da Silva y Ernesto Corti para empatar el encuentro en menos de cinco minutos. El Monumental deliró luego de aquella remontada increíble. Encima, a pocos minutos del final, una muy buena jugada colectiva del millonario, que incluyó tres tacos en la misma maniobra, terminó con un verdadero golazo del «Negro» Palma, que tuvo su revancha luego del penal malogrado en el prinicipio.

Boca Juniors siempre juega con 12, y esta vez no iba a ser la excepción. Porque Juan Loustau -padre de Patricio, vaya casualidad!- sancionó una mano inexistente de Gordillo en el área y le dio la posibilidad a Jorge Comas de empatar el partido en tiempo de descuento. La orden fue que se pateaba el penal y se terminaba el encuentro. Y «Comitas», en un acto de justicia heroica, envió la pelota a la tribuna Centenario.

River festejó así otra remontada inolvidable en la historia de los superclásicos. Esas que no se olvidan fácilmente. A 25 años de aquél partido memorable, recordamos aquella victoria en el Monumental que sirvió para estirar la paternidad que el Millonario tenía sobre Boca…