Crecí en una familia más hípica que futbolera. En el estudio de mi abuelo habían más de 70 porcelanas y pinturas de caballos y ningún cuadro de Santa Fe. Mi padre, por modelamiento y herencia, adquirió dicha cultura equina y vivió su niñez y juventud entre la boñiga, la bosta y los hipódromos.
Era una ecuación simple: mi abuelo era igual a la admiración por los caballos, mi padre era igual a mi abuelo, yo debería ser igual a mi padre, ergo, yo debería admirar al ganado caballar. Fácil, no había pierde, quien acá escribe tendría que ser el más letrado en los temas relacionados a las bestias de cuatro patas. Pero, como todo en la vida, la excepción a la regla siempre está y que se rompa el molde, guste o no, siempre será una opción. Y eso fui yo, a este pechito no hubo nada que lo atrajera a ese mundo de los derbies y las apuestas.
Esta mañana, cuando recién salía de mi final de Producción de Medios, inicié una charla de fútbol, como todos los días, con unos de mis compañeros de clases. Él me decía que «le parecía una pelotudez todos aquellos que eran hinchas de un equipo que no juegue en el país donde nacieron» y, asimismo, que «él es de Boca porque su padre le puso la camiseta azul y oro desde niño». Totalmente entendible y, si se quiere, casi una verdad absoluta.
La cuestión es, retomando lo antes dicho, que aquél compañero no cuenta con lo inexacto que puede ser esta casi ley de la vida. Mi futuro colega olvida, o no sabe, que yo rompí el molde de mi papá y abuelo. ¿Por qué terminé hablando y mezclando las ecuaciones equinas y el gusto por estos animales con el fútbol? ¡Claro! Tal vez para intentar responder por qué carajos soy de River y no un amante de los caballos.
Era el inicio de los 90, yo debía estar viviendo en Cali o estaba próximo a hacerlo. El equipo más popular de esta ciudad y uno de los más campeones del país, el América, venía en una racha victoriosa nunca antes vista en Colombia: pentacampeón, finales de Libertadores, títulos locales y cada día haciendo su historia más rica. Debido a esto, como todo niño y su manera simple de permitirse persuadir, empecé a seguir a este equipo de la mano de mis primeras patadas a la pelota, a esa que hoy en día me hace feliz que ruede.
Hasta acá todo venía raro, ni hípico ni de Santa Fe. ¡Qué mal trabajo hicieron conmigo!
Llegó la adolescencia, la época donde conocí lo que producía un beso a una mujer, las primeras fiestas, la pornografía, el MSN, la música de tres acordes de las playas de San Diego, pero, sin lugar a equivocarme, el principal cambio que hubo en mi vida fue la llegada de la televisión por cable y, con el arribo de ésta, la deliciosa, mal o bien jugada, apasionante y siempre grande liga argentina. Si faltaba alguna razón para que mi abuelo me desheredara sus porcelanas de caballos, era que empezara a ver fútbol gaucho; eso ya era el colmo.
El fútbol argentino, para mí, es como la droga. La única diferencia es que de éste no te puedes rehabilitar. Es imposible detenerse después de empezar a verlo. Y eso fue lo que sucedió, el deporte «que no tiene ateos» y su manera de jugarse y vivirse, en el sur del continente, se metió en mi vida para nunca irse.
Era la época de los colombianos que ganaron todo en Boca; eran los años donde tocaba madrugar para ver jugar al Chicho, Bermúdez y Córdoba en Japón. Y, por lo menos en este ámbito, yo no miento. Yo también me desperté cuando aún era de noche para ver a mis coterráneos. Pero, en otro de mis caprichos por forjar cultura y sembrar pasión, esta vez hablando de algo tan efímero como el deporte donde siempre ganan lo alemanes, lo que me cautivó y enamoró no fue esa columna vertebral cafetera que jugaba en el xeneize. ¡No! Yo incursioné en la escuela de los 4 fantásticos, en el equipo de Ortega, Aimar, Saviola y Ángel. Ese River llegó y, poco a poco, con el correr de los años, se quedó para siempre.
¿Por qué soy tan «pelotudo» y soy de River si soy colombiano? Es más ¿por qué putas soy tan «pelotudo» y soy del equipo que le ganó las dos libertadores que tiene al América, a mi primer amor? Súmele más interrogantes ¿por qué no soy santafereño ni amante de los caballos? La respuesta es incierta, pero, en un intento de acercarme a ella, pienso que la cultura, la pasión y el amor por las cosas, aplicando lo poco aprendido en sociología, se crea, se transmite y se comparte. Por eso, el amor por un club, además de heredarse, también llega porque sí, de la nada y sin razón.
Tal vez el que no me guste -hoy por hoy- el fútbol de mi país, no me gusten los equinos y no sea del cuadro cardenal y en cambio sí ame, viva, llore, sufra y me alegre como a nadie ver y seguir a River sea un simple y sencillo porque sí. Muchos podrán discutirlo, otros pocos podrán compartirlo, pero me quedo con lo que sé que produce en mí tener el cuadro del Monumental en mi cuarto, esa sensación no me lo quita ni discute nadie.
Soy de River porque así lo quiso la vida y doy gracias a ella porque así fue.
Juan David Casasbuenas Restrepo II @casasbuenas87